martes, 6 de septiembre de 2011
Sobre héroes, tumbas y Sábato: Apuntes de un escribidor
Despertar un sábado con la noticia de la muerte de Ernesto Sabato no fue la mejor forma de iniciar el día, regresar a las primeras 70 cuartillas de uno de sus libros más importantes después de la medianoche, al menos, sí fue una buena forma de terminar ese sábado
“Sobre héroes y tumbas” es, quizá, uno de los libros más importantes del autor pero también es uno que, a manera personal, me es muy significativo. Este libro lo leí cuando cursaba el segundo año de Bachillerato, afortunadamente nunca me dieron miedo o pereza aquellas novelas que tenían más de 400 cuartillas, en ese entonces lo que más leía eran, precisamente, novelas latinoamericanas.
Entre Cortázar, Sábato y Borges (la omisión a Bioy Casares es por simple gusto estético personal) se manifestaban tres mundos de los cuales nunca pude dejar de fascinarme. Primero fue Rayuela de Cortázar, luego los cuentos de Borges que, a pesar de tener entre 20 y 30 cuartillas, parecía que el lector habitaba en un mundo de 300. “Sobre héroes y tumbas”, de Sabato, fue, quizá, uno de esos libros que llegaron a mis manos por pura casualidad. A pesar de haber leído “El túnel”, he de confesar que no me impactó al grado de querer ir en busca de otra novela de este autor. Pero en una tienda de libros de segunda mano, pude conseguir “Sobre héroes y tumbas” en 30 pesos.
A los 18 años uno lee a un personaje solitario, joven, como lo es Martín, sobre todo su compleja relación con Alejandra y queda atrapado, tal vez en esa posibilidad de que el autor describe a un personaje muy cercano a ti como lector. La lectura de “Sobre Héroes y tumbas”, en ese entonces, creo que duró como dos meses. Pero entonces es cuando aparece eso que diferencia a un escritor en todo el sentido de la palabra, con cualquier otro que publique libros que sean ilegibles o “rayen” en lo “aceptable”: una capacidad de asombro en cada página. Ernesto Sabato es de esos escritores que después de la página 120 parece que no podrías exigirle más, pero ofrece al lector un abanico de posibilidades, digna de esa libertad narrativa que genera la novela. Cito un breve fragmento de “Sobre héroes y tumbas”:
—Cuando la estrenaron, Brahms mismo tocaba el piano, ¿sabes lo que pasó?
—No.
—Lo silbaron. ¿Te das cuenta lo que es la humanidad?
—Bueno, quizá…
—¡Cómo que quizá! –gritó Alejandra—. ¿Acaso crees que la humanidad no es pura charanda?
—Pero este músico también es la humanidad…
-.Mira, Martín —comentó mientras echaba el café en la taza— ésos son los que sufren por el resto. Y el resto son nada más que hinchapelotas, hijos de puta y cretinos, ¿sabes?
Nuevamente se oyeron los compases del primer movimiento.
—¿Te das cuenta, Martín, la cantidad de sufrimiento que ha tenido que producirse en el mundo para que haya hecho música así?
Mientras quitaba el disco, comentó:
—Bárbaro”.
La triada argentina de la que hablé en un principio (Borges, Cortázar, Sabato), independientemente de sus vidas extraliterarias (algunas de ellas dignas de elogio por su alto nivel de humanismo), se fueron de este mundo sin que se les otorgara el galardón más importante de la literatura mundial, el Premio Nobel de Literatura. Lo que nos señala que dicho galardón no es sólo para la gente con una calidad literaria comprobable, sino un voto de simpatía, porque, si hablamos de lengua española, entre Vargas Llosa y Sabato hay una gran diferencia. Pero en realidad, como una recomendación de la que estoy seguro no se arrepentirá, lea “Sobre héroes y tumbas”. Sumérjase por ese laberinto de la mente como un ciego (si lee el libro sabrá de lo que hablo).
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