martes, 6 de septiembre de 2011

¿Actuar para quién?: Sobre las artes escénicas

Podríamos pensar que el arte dentro de cualquiera de sus áreas está dirigido para una selectiva élite, es decir hay muchos productos que podemos exhibir al público, los cuales pasarán con la mayor indeferencia ante él (lo que no significa que el producto carezca de valor) o por el contrario, productos que atraigan a un número considerable de espectadores (lo que tampoco viene significando que estamos ante la obra artística más importante de los últimos tiempos) y que la crítica o la academia no los consideran arte.
En el ámbito teatral podríamos pensar ¿Para quién estamos actuando? ¿A quién estamos dirigiendo nuestros espectáculos? ¿Quiénes son los espectadores?
Wajdi Mouawad en una entrevista señala: “El actor no se dirige al espectador…El actor se sabe visto. Se dirige a su compañero de escena. Si uno retoma la situación del ciudadano respecto a su país, de acuerdo con la metáfora del teatro, ¿quiénes son los espectadores? Creo que son las generaciones por venir; uno representa a su país ante las generaciones por venir. Por nacer. Ellas nos contemplan sin que estén aún aquí, a través de nuestros propios ojos. Yo creo en esa idea de la transmisión que pasa por lo invisible por venir. Si no hay representación, cuando no hay encarnación, cuando los ciudadanos no saben qué encarnar, qué van a interpretar, ¿qué espectáculo le podrán dar a los niños que le seguirán?”.
Esta postura inicial de Mouawad también es cuestionable para otros creadores que asumen desde el principio que el trabajo que se realiza, desde un primer momento está pensado para el espectador, cosa que también es cierta. Aunque también habría que pensar qué tipo de espectador, porque en gustos se rompen géneros y no se le puede dar gusto a todo mundo. Muchas veces pasa que asumimos que nuestros gustos son universales y tendemos a molestarnos o tachar de retrógradas o envidiosos a aquellos que no están de acuerdo con nuestra perspectiva estética (si es que es estética, pero ese es otro punto). Otras veces por el contrario no caemos en la cuenta que estamos entregando una obra que contextualmente es ininteligible para el espectador, porque no está pasando por la situación que su obra plantea o simplemente le es ajena la problemática.
En ese sentido el creador debería de cuestionar (quién se deja de cuestionar deja de existir) la dirección que está tomando, aunque lo interesante de esto es que hay público en el que no se está pensando pero que de alguna forma se une a la travesía que escénicamente se plantea. Pero no hay que olvidar que muchas veces las complacencias del artista para el público están a la orden del día. El público quiere reír, el público en muchas ocasiones (al igual que el actor) no quiere pensar, pero corremos el riesgo de pasar de una risa inteligente a una risa idiota, todo esto por vender o pensar que así podemos llegar a más espectadores, porque si “Polo Polo” llena la sala principal del teatro Mérida, entonces lo funcional sería contar chistes.
No podemos medir el logro de un espectáculo por el público que ya lo vio o a los festivales a los que ha asistido, porque lo mismo pasa con muchas películas ramplonas que han sido nominadas o ganadoras de no sé cuántos óscares o festivales internacionales, mediático-conformista este parámetro de medición, que no debería ser la herencia a las futuras generaciones.
Aquí mantengo una postura que se me ha hecho siempre la ideal, el arte es un instrumento subversivo por su capacidad para tomar conciencia de la confección manipuladora que es el mundo. Al igual que la literatura y de gente que argumenta no leer porque los escritores escriben cosas que no entienden o con palabras rebuscadas, creo que hay que mantener la exigencia de que no es el escritor quien se debe bajar al nivel del lector, sino el lector quien se debe subir al nivel del escritor. Además de leer o ver por placer, también el arte produce elevar nuestro grado de inteligencia, para que al igual que muchos, no dejemos de ser humanos.

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