martes, 6 de septiembre de 2011

¿Quién le teme a espantajaros?: Sobre la dramaturgia necesaria


El teatro para joven público ha sido representado e interpretado de diversas formas por los creadores. En muchos casos no se plantea la realidad de los jóvenes sino el ideal que tiene para la juventud una persona adulta que escribe o representa el espectáculo. En ese sentido hoy quisiera hablarles de una obra importante dentro del repertorio de la dramaturgia mexicana y que, a mi parecer, toca uno de los temas más escabrosos de la realidad misma “¿Quién le teme a espantapájaros?”, de Maribel Carrasco.
Esta obra fue llevada a escena en el año 2008. El texto lo podemos leer gracias al número 44 de la Revista Mexicana de Teatro “Paso de Gato” correspondiente al trimestre enero-marzo del 2011, que lo incluye en su sección “Estreno de papel”.
David Olguín, quien dirigió la obra, señala: “Los datos duros que sustentan la obra de Maribel hablan del horror de nuestro tiempo: 350 mil niños combaten en ejércitos, guerrillas, cuerpos paramilitares o como sicarios a lo largo del mundo en este momento. Pero si la realidad es el impulso que anima la obra de esta escritora espléndida, indignada y, por tanto, joven, su oficio dramático nos lleva a un mundo imaginario que se construye con tiempos y espacios que se traslapan, con una lúcida expresión metafórica sobre el tema de la identidad y la pérdida de uno mismo en un escenario por demás singular: un campo de batalla donde lo real transcurre en el mismo plano que los sueños y los recuerdos”.
“¿Quién le teme a espantapájaros?” nos habla del niño de 12 años que tiene a la mano un fusil y es entrenado para matar, matar o vivir, para ellos no hay opciones. La obra de Carrasco utiliza la narración y el diálogo de tal manera que nos construye un mundo lacerado, traumático, pero sobre todo un mundo poético de ficción. No estamos ante las imágenes sangrientas de la cinematografía sino ante el teatro llevado a su máxima expresión, un teatro que hiere, que nos mata, pero que sobre todo, al final, nos acompaña como música marina que reconforta para terminar con un epílogo que confronta a los otros culpables:
“Vemos el área en donde se ha desarrollado el interrogatorio.
Hombre: Y ahora que ha logrado escapar de la milicia, ¿qué espera de la vida? ¿Del futuro? ¿Con qué sueña ahora?
Ex Niño Soldado: ¿Y usted? ¿Qué espera? ¿Qué yo responda a sus preguntas sólo por el hecho de que hasta ahora no ha matado a nadie todavía? Le diré algo, los dos tenemos algo en común: la guerra de nuestros países se hace con armas prestadas, ustedes ponen las armas, nosotros los muertos. ¿No le parece que es el mismo camino?
Hombre: Sólo quiero saber si espera algo del futuro.
Ex Niño Soldado: ¿Viene aquí a ofrecerme un futuro? ¿Pueden ustedes construir futuros para nosotros? ¿Reconstruir el pasado? ¿Pueden ustedes reconstruir sueños como si fueran edificios?
Hombre: Sólo queremos ayudar.
Ex Niño Soldado: ¿Y qué va a hacer conmigo? ¿Qué harán con todos nosotros? ¿Salvarnos? ¿Encarcelarnos? ¿Conducirnos a un juicio interminable? ¿Quiénes son los culpables? ¿Quiénes las víctimas? Se encontrará con que todas nuestras historias son las mismas…historias que se reproducen todos los días bajo la misma premisa: sobrevivir ante todo…aunque no se sepa por qué o para qué… (Se desamarra sus botas y las deposita en el suelo.) Mientras tanto, ustedes se juegan el poder del mundo, ¡como si fuera un pastel que hay que acabarse a toda costa! (Se dirige a la salida)”.

Una construcción inteligente en donde los personajes son una misma entidad. No se trata de victimizar sino de ponerle nombre a las cosas, cosas que traspasan nuestros ideales de justicia, como dice Olguín en la presentación que hace de la obra: “Maribel Carrasco logra dejar atrás lugares comunes del ‘teatro para jóvenes’ y, desde una visión profunda y emotiva, poética y juguetona, trágica y conmovedora, logra entrar con su ‘¿Quién le teme a espantapájaros?’, de manera directa –aunque con mucho arte- en el corazón mismo de todo joven que se aprecie de serlo: su capacidad de indignación”.
Es indigno lo que pasa en el mundo, lo que le pasa a millones de niños y niñas en el mundo. Más indigno sería no explicar a otros niños y jóvenes eso que pasa pero dentro de un lenguaje que identifiquen, que los conmueva. Todos somos potenciales espantapájaros, pero a algunos, a fuerza de violencia, los impulsan a serlo, con consecuencias inimaginables para una juventud que se está perdiendo. Cuando la juventud es el escaparate para la nueva vida que merecemos vivir.

1 comentario:

Anónimo dijo...

me podrian decir donde encuentro el ta guin o el teexto de es obra