viernes, 30 de diciembre de 2011
Dos de Octubre, atentado contra la esperanza : Apuntes de un escribidor
La fuerza del Estado, la mano dura que aplica cuando quiere darle al pueblo o al insurrecto una lección, fue evidente en 1968, no sólo en México sino también en otros lugares como en Francia. No estuvimos ahí, no fuimos partícipes del hecho pero conocemos la historia, las historias, los puntos de vista de una masacre que se hizo no sólo contra los estudiantes, sino contra todo el espíritu de rebeldía juvenil.
Diez días después de la matanza se inauguraron los Juegos Olímpicos en México, los noticieros callaron, se generó la conciencia de que los jóvenes estaban solos, de que la fuerza del Estado era tan grande que podía incluso ocultar esta masacre. A pesar de que hubo una resistencia por parte de muchos, el daño en la conciencia estaba hecho, el atentado contra la esperanza había cobrado sus primeras víctimas en la Plaza de las tres Culturas y sus segundas víctimas cuando muchos de los que estuvieron en el movimiento se dejaron llevar por el poder y terminaron habitando el podrido cuerpo que decían querer curar.
Ahora las marchas y las concentraciones, muchas de ellas, carecen de un interés social, son un disfraz para pertenecer a una esfera de poder, crítica de los abusos de un sistema pero no por el bien de la población, sino porque la mayoría de los que organizan esas marchas quieren estar en la postura del tirano, ya fueron tiranos y ahora no soportan estar tiranizados, alegato que puede sonar lógico, pero que termina siendo una forma pasiva de gritar que son ellos quienes quieren cometer los crímenes, no evitarlos.
La distorsión de la protesta social quedó en evidencia cuando la empezaron a liderar grupos políticos que más que querer evitar la injusticia, utilizaban a la población para posicionarse en las encuestas. El arma que tenía la sociedad empezó a ser también el arma de la rapiña, una forma de quedar bien en las fotos de los medios de comunicación y dejar mal al que ejerce un cargo público o viceversa.
Me han llegado miles de invitaciones para marchar en contra de injusticias que suceden en nuestro Estado, pero siendo honesto, considero que muchas de ellas no están pretendiendo un cambio en cuanto a ciertos mecanismos de intolerancia, sino que son actos partidistas o la intervención de los partidos que terminan por distorsionar los propósitos de este tipo de acciones.
Aunque hay movimientos sociales que protestan y también son políticos y que quieren acabar con toda esta destrucción que se le ha hecho al país, como el caso de MORENA o de las caravanas que organiza el poeta Sicilia.
Por otra parte, me arrepiento de no haber participado en las marchas donde estudiantes yucatecos exigían la liberación de los compañeros que protestaron por la visita del genocida George Bush a nuestro Estado y que arbitrariamente fueron detenidos, muchos de ellos aleatoriamente e incluso sin haber participado en la protesta.
Esas detenciones fueron ordenadas por Patricio Patrón Laviada, del PAN, quien en ese entonces gobernaba el Estado, y si muchos de los que ahora protestan en contra del actual gobierno no salieron a protestar contra ese tipo de injusticias en el anterior, posiblemente sea porque protestan contra un partido político, no contra una injusticia, hay una diferencia sutil si se quiere, pero que diferencia una protesta de otra.
Por supuesto que esto no es una generalización, sino que es una forma de quejarse del voraz oportunismo que también atenta contra la esperanza. Sin más qué decir, les dejo con este poema del maestro Oscar Wong:
MI MADRE CUENTA
Mi madre cuenta
que nací hambriento;
era rechoncho y colorado
(dice);
tenía una cuna
heredada de otros niños
-mis hermanos-
y por eso tengo
la sangre de colores.
“Naciste hace más
de veinte años,
atormentado, predispuesto”.
Pero miente, mi madre miente,
porque yo nací
“... un día
que Dios estuvo enfermo,
grave”,
nací una tarde descubierta
entre gritos y otras cosas
que me duelen:
Tlatelolco, dos de octubre.
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