viernes, 30 de diciembre de 2011

El bibliotecario y los días : Apuntes de un escribidor


-— Pero, ¿puedo contarles lo que han dicho las estrellas?
— Puedes, pero no serás capaz.
— ¿Por qué no?
"— Porque todavía han de crecer en ti las palabras.
— Pero quiero hablarles de eso a todos. Quiero poder cantarles las voces. Creo que entonces todo volvería a estar bien.
— Si de verdad lo quieres, Momo, tendrás que esperar.
— No me importa esperar.
— Esperar, mi niña, como una semilla que duerme toda una vuelta solar en la tierra antes de poder germinar. Tanto tardarán las palabras en crecer en ti ¿Quieres eso?
— Sí, murmuró Momo.
— Pues duerme — dijo el maestro Hora, pasándole la mano por los ojos—, duerme.
Y Momo tomó aliento, profundamente feliz y se durmió".
Momo, Michael Ende.

Este pequeño fragmento tomado de “Momo”, libro escrito por Michael Ende, podría ser la perfecta descripción del momento en que hemos sentido esa voz o grito imperativo que nace desde el alma de todos aquellos inmersos en el mundo del libro, cuando lo entendemos como un objeto dotado de una función viviente.
Nosotros, los promotores de lectura, “hermanos menores” de los bibliotecarios, compartimos algunas de las facetas de su oficio, pero nuestra concepción es más amplia, más libre, más apegada hacia el valor del lenguaje y la trascendencia de la palabra, mientras los bibliotecarios son los mediadores del conocimiento.
El pasado 30 de septiembre se celebró el Día Estatal del Bibliotecario, fecha derivada del 20 de julio, Día Nacional del Bibliotecario. Y estas fechas, más que un mero pretexto para recordar a esas personas subvaloradas por la sociedad, debieran servir para rememorar el significado de este oficio, que ha sido vital para sobrevivir en el infinito legado de información que existe desde que el hombre inventó la imprenta y que ahora será esencial por ese otro abismo de información coetáneo llamado Internet.
Los bibliotecarios con una vocación real hoy en día están en procesos de actualización y adentrándose en temas más adelantados de lo que pensamos; están midiendo su alcance en el futuro. Todos estamos de acuerdo en que los avances tecnológicos han tenido un gran impacto sobre las bibliotecas y, más aún, sobre los propios bibliotecarios, y esto ha hecho que a nivel mundial muchos profesionales del sector se estén planteando no sólo cuál es la labor que deben desarrollar, sino también cuál será la forma más correcta de denominar su profesión en esta nueva era: bibliotecario, documentalista, profesional de la información, gestor del conocimiento, agente de la información. Todo será con el fin de que el bibliotecario pueda crear nuevas técnicas bibliográficas de un automatismo riguroso, que ayudará a cualquier lector a encontrar la información que en verdad necesita para generar, a final de cuentas, conciencia de su tiempo y poder tomar la decisión de hacia dónde debe dirigir sus pasos.
La función del bibliotecario es adquirir, cazar, coleccionar, ordenar, catalogar, cuidar, defender, proteger y descartar los libros, documentos, audios y filmes; esos que la burocracia del Estado adoptó a finales del siglo XIX, por ser vitales para que el probable lector, el ciudadano, pueda elegir su propio ser.
Por ello este texto, más que apologizar, va más hacia la idea de acercar las políticas culturales y escolares a la gente para que se acerque a las bibliotecas, ya no sólo por el valor del libro, sino para comenzar a forjar una verdadera sociedad del conocimiento, una sociedad que pueda encontrar las respuestas correctas, ya que muchas veces el Internet, más que ayudar, dispersa y deshumaniza. Pero sabemos que siempre podemos acudir a estos profesionales que nos llevarán de la mano a encontrar las voces encerradas en el tiempo, bibliotecarios que aún buscan ayudarnos a encontrar el camino de esos senderos que se bifurcan.
Y he de decir que escribo esto gracias a Grisel Riverón, quien siempre me mantiene informado sobre estos temas y, quizá pueda decir, que me los dicta al oído.

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