viernes, 30 de diciembre de 2011
Los porqués de un Estado laico: Apuntes de un escribidor
Todo hombre tiene derecho a creer en algo o más bien todo hombre cree en algo, cree y crea una fuerza superior a la que recurre en sus momentos de desesperación, alegría y soledad. Aunque en el principio de los tiempos o más bien en la era Paleolítica el hombre no tenía una conexión directa con los dioses, podríamos decir que no creían en la vida más allá de la muerte, sino sólo en la sobrevivencia inmediata a través de la cacería.
No es hasta cuando llega la cultura del agricultor y el ganadero que el hombre cae en la cuenta de que su destino depende de fuerzas inteligentes, al saber que sus fuentes de alimentación dependen de la lluvia, la sequía, la luz del sol, el rayo, el granizo, la peste, de la abundancia o escasez de los animales cazados. Entonces considera que hay dos clases de fuerzas (malignas y benignas) que se encargan de ayudarlo o castigarlo, y nace con ello la idea de lo misterioso, de lo desconocido y de lo sobrehumano.
Ha nacido otra fe, que tiene que ver con la vida después de la muerte (el culto a los muertos) y también con las bendiciones que tenemos que recibir de esas fuerzas sobrenaturales durante la vida; este nacimiento trajo consigo la necesidad de rendir culto a los símbolos sagrados, a los amuletos, monumentos funerarios y a la realización de oblaciones y ofrendas votivas.
Mucho tiempo después, los cristianos impusieron el monoteísmo en un imperio y con ello se aseguró que los beneficios que recibiría la fe de los hombres (la cual se traducía en bienes materiales) pasara a manos de un solo grupo que pregonaba que la división entre millones de pobres y unos cuantos ricos era voluntad de Dios, así que tendrían que soportar valientemente su destino, con resignación.
A lo largo de la historia, podemos ver cómo las revoluciones significaron un reacomodo de poder. Los pobres, la clase media se encargaba de pagar con su trabajo a la monarquía y a la Iglesia, quienes acumulaban capital sin realizar un trabajo duro; conforme la historia fue avanzando y las guerras se fueron haciendo más cruentas, la burguesía logró tener un lugar como recaudador de los bienes obtenidos con la mano de obra de los trabajadores. Así, el hombre tenía que pagar tributos a la monarquía, a la Iglesia y a los burgueses que se hacían llamar el Estado.
La monarquía y la Iglesia fueron perdiendo poder en algunas naciones, en algunos continentes, esto gracias a la ilustración, al logocentrismo, al racionalismo, al comunismo, que en buena medida mostraban el grado de control que había creado la Iglesia en el pensamiento humano, en el cual el miedo y el chantaje de una condena por toda la eternidad habían sido el arma que doblegaba la conciencia humana. Había jugado la Iglesia con uno de los mayores temores del hombre: la vida después de la muerte.
Hay que señalar que en la época cuando la Iglesia tuvo el poder absoluto, se realizó una persecución contra las formas de pensar distintas, cuyos autores fueron condenados a muerte, formas de pensar y de actuar tanto en el ámbito público como privado. Una época de terror que pudo corroborarse en aquella famosa exposición que visitó hace ya varios años nuestra ciudad, la cual llevaba como título: “Instrumentos de tortura y pena capital”.
Pero no hay que decir que en las filas de la Iglesia no han existido o existen hombres y mujeres comprometidos con las causas sociales y el apoyo a los marginados, como el Padre Solalinde y su trabajo con los indocumentados o el Padre Lugo y su trabajo con los enfermos de V.I.H.
Pero hay que decir que esto es una minoría y que supera los casos de pedofilia y abuso psicológico sistemático contra niños y jóvenes que se han registrado a lo largo de la historia. Porque es claro que las autoridades de la Iglesia viven con lujos que no corresponden a lo que Jesucristo señaló, según los Evangelios; también es claro que no les interesa ayudar a los millones de pobres porque sus bondades son para los potentados, como Fox y Peña Nieto, quienes, gracias a su poder político, pudieron lograr casarse de nuevo con sus actuales parejas.
Ahora la ley puede cambiar, la Iglesia quiere más poder del que ahora tiene, quiere recuperar privilegios perdidos, quiere cobrar la factura a los políticos que ha servido, quiere ahogar aún más al ciudadano, al que seguramente satanizará por no creer en su marcada intolerancia derechista. Porque esto no tiene que ver con la fe sino con el poder, lo que no significa que haya que dejar de creer en lo que se cree, sino creer que se puede evitar un golpe más a este lacerado país.
No es hasta cuando llega la cultura del agricultor y el ganadero que el hombre cae en la cuenta de que su destino depende de fuerzas inteligentes, al saber que sus fuentes de alimentación dependen de la lluvia, la sequía, la luz del sol, el rayo, el granizo, la peste, de la abundancia o escasez de los animales cazados. Entonces considera que hay dos clases de fuerzas (malignas y benignas) que se encargan de ayudarlo o castigarlo, y nace con ello la idea de lo misterioso, de lo desconocido y de lo sobrehumano.
Ha nacido otra fe, que tiene que ver con la vida después de la muerte (el culto a los muertos) y también con las bendiciones que tenemos que recibir de esas fuerzas sobrenaturales durante la vida; este nacimiento trajo consigo la necesidad de rendir culto a los símbolos sagrados, a los amuletos, monumentos funerarios y a la realización de oblaciones y ofrendas votivas.
Mucho tiempo después, los cristianos impusieron el monoteísmo en un imperio y con ello se aseguró que los beneficios que recibiría la fe de los hombres (la cual se traducía en bienes materiales) pasara a manos de un solo grupo que pregonaba que la división entre millones de pobres y unos cuantos ricos era voluntad de Dios, así que tendrían que soportar valientemente su destino, con resignación.
A lo largo de la historia, podemos ver cómo las revoluciones significaron un reacomodo de poder. Los pobres, la clase media se encargaba de pagar con su trabajo a la monarquía y a la Iglesia, quienes acumulaban capital sin realizar un trabajo duro; conforme la historia fue avanzando y las guerras se fueron haciendo más cruentas, la burguesía logró tener un lugar como recaudador de los bienes obtenidos con la mano de obra de los trabajadores. Así, el hombre tenía que pagar tributos a la monarquía, a la Iglesia y a los burgueses que se hacían llamar el Estado.
La monarquía y la Iglesia fueron perdiendo poder en algunas naciones, en algunos continentes, esto gracias a la ilustración, al logocentrismo, al racionalismo, al comunismo, que en buena medida mostraban el grado de control que había creado la Iglesia en el pensamiento humano, en el cual el miedo y el chantaje de una condena por toda la eternidad habían sido el arma que doblegaba la conciencia humana. Había jugado la Iglesia con uno de los mayores temores del hombre: la vida después de la muerte.
Hay que señalar que en la época cuando la Iglesia tuvo el poder absoluto, se realizó una persecución contra las formas de pensar distintas, cuyos autores fueron condenados a muerte, formas de pensar y de actuar tanto en el ámbito público como privado. Una época de terror que pudo corroborarse en aquella famosa exposición que visitó hace ya varios años nuestra ciudad, la cual llevaba como título: “Instrumentos de tortura y pena capital”.
Pero no hay que decir que en las filas de la Iglesia no han existido o existen hombres y mujeres comprometidos con las causas sociales y el apoyo a los marginados, como el Padre Solalinde y su trabajo con los indocumentados o el Padre Lugo y su trabajo con los enfermos de V.I.H.
Pero hay que decir que esto es una minoría y que supera los casos de pedofilia y abuso psicológico sistemático contra niños y jóvenes que se han registrado a lo largo de la historia. Porque es claro que las autoridades de la Iglesia viven con lujos que no corresponden a lo que Jesucristo señaló, según los Evangelios; también es claro que no les interesa ayudar a los millones de pobres porque sus bondades son para los potentados, como Fox y Peña Nieto, quienes, gracias a su poder político, pudieron lograr casarse de nuevo con sus actuales parejas.
Ahora la ley puede cambiar, la Iglesia quiere más poder del que ahora tiene, quiere recuperar privilegios perdidos, quiere cobrar la factura a los políticos que ha servido, quiere ahogar aún más al ciudadano, al que seguramente satanizará por no creer en su marcada intolerancia derechista. Porque esto no tiene que ver con la fe sino con el poder, lo que no significa que haya que dejar de creer en lo que se cree, sino creer que se puede evitar un golpe más a este lacerado país.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario