miércoles, 7 de abril de 2010

Mujeres soñaron caballos: Sobre la dramaturgia necesaria

“Rainer, por favor que sólo tengo una escena. Es una mujer en una habitación. Terminó de cometer un crimen. No se ve el crimen. Se tiene que intuir en su mirada”.

Ulrika. Escena 1.


Daniel Veronese es uno de los representantes más importantes de la dramaturgia argentina actual, reconocido a nivel mundial por sus piezas dramáticas y su trabajo de dirección de actores en los que ha llevado a éstos a los límites de la exploración escénica con su muy particular visión del drama, Veronese dirigió “Mujeres soñaron caballos”, texto que se encuentra en el libro “La deriva”, editado por AH y que se presentó en el teatro “El Galeón” hasta el pasado mes de junio.

Seis personajes, tres matrimonios, tres hermanos, tres mujeres que llevan diferentes tipos de violencia consigo y asumen una contrastante mirada de la vida, se reúnen para almorzar en casa de Iván y Lucera (el hermano mayor y la más joven de las mujeres). Durante la reunión se irán revelando tanto los secretos, así como las relaciones conflictivas de los personajes.

Una dramaturgia compleja, poco convencional, en el que se nos plantean más preguntas que respuestas, en la que el dramaturgo ha logrado crear una tensión en el aire y en los rincones de un reducido departamento en el que se desarrolla el almuerzo. El final trágico se huele, hiede, hiere al transcurrir la acción, el lector está esperando algo que se está oliendo desde el principio, algo más que la revelación de todas las cosas. No hay salida, los personajes se van encerrando en sus propias pasiones, sin remedio explotan.

Veronese nos da a partir de detalles o situaciones, aparentemente insignificantes, las premisas que componen el universo que ha querido construir, en donde una habitación nos da cuenta del encierro, la falta de esperanza, la desilusión de que nunca más podrá escapar.

Lucera quiere irse del aparente hogar, sabe que no pertenece ahí, pero también quiere saber de su pasado, qué sucedió. Lucera es una mente en blanco, a quien sólo le han contado una parte de su historia: “Iván, mi marido, dice que me encontró en un descampado de la provincia de Córdova. Yo no tenía ni un año de edad. Que metros más adelante encontraron desbarrancados, los restos de un sulky, el cuerpo del caballo y dos cuerpos humanos que corresponderían a mis padres. Todo daba a entender que el caballo se lanzó al vacío enloquecido y mis padres, por suerte para mi, pudieron empujarme fuera del carro antes de la caída”.

El matrimonio compuesto por Roger y Betina (el menor de los hermanos y la mayor de las mujeres) discute continuamente, los pretextos saltan a la vista, lo que más (aparentemente) hiere a Betina es que Roger haya arrojado al pony (regalo del hermano mediano Reiner) a un pozo, mientras tanto, Roger está muriendo de un coágulo cerebral, cosa que los otros hermanos saben, mas no él.

Reiner y Ulrika conforman el tercer matrimonio, Reiner anuncia antes del almuerzo la quiebra de la empresa familiar y Ulrika mientras tanto, conforma este grupo de enfermos terminales por la violencia… que se refleja a través de los actos más cotidianos.

Parte del sentido de la obra, se refleja simbólicamente desde el inicio. Desde el tercer diálogo, Veronese plantea las reglas del juego, cuando Ulrika, habla del guión de cine que está escribiendo y del cual sólo lleva una escena: “Se asoma al exterior. El día es asoleado. Afuera un desfile: un grupo de policías ecuestres sobre sus caballos marrones. Los jinetes saludan con las gorras hacia la ventana de la mujer. Sudor en los caballos, el cuero recalentado de las monturas, los dientes de los jinetes y los caballos apretados al sol.”

“El hecho es que esos hombres profundamente asesinos y marcados por la violencia que deben ejercer se vuelven, para la mujer que los está mirando, personas confiables y queribles. La mujer siente deseos de ellos, deseos de aparearse con ellos, hablo de esa mujer que está presenciando esa escena muda y casi real. Irreal, digo, por lo estática de la posición de los jinetes, sobre todo si tomamos en cuenta que los caballos están en marcha”.

La dramaturgia de Veronese tiene que leerse con esos ojos atentos, ya que todo lo que le ocurre a los personajes se refleja en lo valioso que es el lenguaje, en sus pequeñas manías y obsesiones. No pidamos pues que se nos cuente a detalle toda la historia, algunas cosas no se llegarán a saber, lo que hace que la atmósfera de la acción se torne aún más amenazante, las cosas se van develando poco a poco, la pragmatización de la palabra y los recursos de una violencia a veces pasiva, a veces exacerbada son los componentes de esta magistral obra, que nos habla sobre todo de las relaciones humanas dentro de lo cotidiano.

Dramaturgo, director de teatro, actor y titiritero, Daniel Veronese nació en 1955 en Avellaneda, provincia de Buenos Aires, Argentina. Sus textos dramáticos se encuentran en el libro “Cuerpo de prueba”, volumen de catorce obras y “La deriva” que contiene siete. Entre ellas figuran “Crónica de la caída de uno de los hombres de ella”, “Del maravilloso mundo de los animales: conversación nocturna”, “Luz de mañana en un traje marrón”, “Luisa, Señoritas porteñas”, “Formas de hablar de las madres de los mineros mientras esperan que sus hijos salgan a la superficie”, “Unos viajeros se mueren”, “Sueño de gato”, entre otras.

(Veronese, Daniel. “Mujeres sonaron caballos” en “La deriva”. Adriana Hidalgo Editora, Buenos Aires 2005. Pp. 315.)

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