martes, 31 de agosto de 2010
Sobre el ser y el estar: Apuntes de un escribidor
El “ser o no ser” que Shakespeare enuncia a través de Hamlet se ha convertido en un referente clásico sobre la existencia, pero más allá de eso, el cuestionamiento es de una naturaleza humana que raya en lo innegable. Entre lo que quiero ser y lo que debo hacer existe una gran brecha, entre lo que quiero estudiar y me dicen que debo estudiar hay un gran abismo, y así con cualquier actividad primordial de la vida humana (a nivel emocional, accional e incluso fisiológico).
Tal vez este cuestionarse también pase con la impartición de la justicia, con las políticas culturales, con los derechos humanos, con las legislaturas: un debate interno entre lo que me dicta el poder y lo que como individuo quiero que sea.
Posiblemente el peor de los abismos se da cuando ya no existe ese debate interno, cuando de pronto alguien tiene en claro que lo que debe hacer es matar, humillar, robar, violentar y millares de etcéteras, en una toma de decisiones en la que ya no se piensa en nada más que cumplir.
En muchas ficciones literarias o audiovisuales hemos visto ese código de ética y cómo los de “arriba” (los héroes o su símil), los que tienen el poder, se debaten consigo mismo al momento de tomar una decisión, porque saben que está en juego la vida de un pueblo, su soberanía, su poderío. Al menos eso veíamos en las grandes tragedias o vemos en la actualidad en los grandes dramas.
Pero en la “realidad” o al menos en el mundo que vivimos todos los días ya no hay héroes, ya no hay un legado, hemos caído en la creación de héroes inexistentes, de la fama de las dos semanas y de su olvido inmediato para pasar después de nuevo a la destrucción y a la tiranía. Los héroes son aquellos que mueren por buena voluntad y hacen el trabajo que les corresponde a las autoridades. Porque de lo que se trata ahora es de esconder su existencia (la de estos héroes anónimos) y la mejor forma de esconderlos es a través del desprestigio y en el mejor de los casos con la indiferencia del encierro, inventándoles delitos.
Todo esto viene a colación porque estamos en la cultura del miedo, en la cultura donde lo mejor es cerrar los ojos, apoyar decisiones que vienen de arriba sin importar que con eso se esté condenando a alguien o a muchos que podrían aportar algo a este país.
Bajo la consigna de que si no estás conmigo estás con el enemigo, hemos generado el temor a hablar, a accionar. Se ha creado un sector político que le interesa más lo que gana que generar infraestructuras para que este país sea mejor.
Ante este panorama lo mejor es una alianza, y no me refiero para nada a cuestiones políticas, sino alianzas humanas que tengan en común el mismo ideal, el mismo fin, que puede ser el arte, la ciencia, la naturaleza o cualquier actividad humana.
Porque ya no hay héroes pero sigue aún intacto el espíritu humano que se debate en el “ser o no ser”. Este debate interno existe, porque si no existiera entonces el mundo carecería de tantos libros, de tantas anécdotas y de tantos hechos en el que permea la esperanza ante tanta barbarie.
Tal vez este cuestionarse también pase con la impartición de la justicia, con las políticas culturales, con los derechos humanos, con las legislaturas: un debate interno entre lo que me dicta el poder y lo que como individuo quiero que sea.
Posiblemente el peor de los abismos se da cuando ya no existe ese debate interno, cuando de pronto alguien tiene en claro que lo que debe hacer es matar, humillar, robar, violentar y millares de etcéteras, en una toma de decisiones en la que ya no se piensa en nada más que cumplir.
En muchas ficciones literarias o audiovisuales hemos visto ese código de ética y cómo los de “arriba” (los héroes o su símil), los que tienen el poder, se debaten consigo mismo al momento de tomar una decisión, porque saben que está en juego la vida de un pueblo, su soberanía, su poderío. Al menos eso veíamos en las grandes tragedias o vemos en la actualidad en los grandes dramas.
Pero en la “realidad” o al menos en el mundo que vivimos todos los días ya no hay héroes, ya no hay un legado, hemos caído en la creación de héroes inexistentes, de la fama de las dos semanas y de su olvido inmediato para pasar después de nuevo a la destrucción y a la tiranía. Los héroes son aquellos que mueren por buena voluntad y hacen el trabajo que les corresponde a las autoridades. Porque de lo que se trata ahora es de esconder su existencia (la de estos héroes anónimos) y la mejor forma de esconderlos es a través del desprestigio y en el mejor de los casos con la indiferencia del encierro, inventándoles delitos.
Todo esto viene a colación porque estamos en la cultura del miedo, en la cultura donde lo mejor es cerrar los ojos, apoyar decisiones que vienen de arriba sin importar que con eso se esté condenando a alguien o a muchos que podrían aportar algo a este país.
Bajo la consigna de que si no estás conmigo estás con el enemigo, hemos generado el temor a hablar, a accionar. Se ha creado un sector político que le interesa más lo que gana que generar infraestructuras para que este país sea mejor.
Ante este panorama lo mejor es una alianza, y no me refiero para nada a cuestiones políticas, sino alianzas humanas que tengan en común el mismo ideal, el mismo fin, que puede ser el arte, la ciencia, la naturaleza o cualquier actividad humana.
Porque ya no hay héroes pero sigue aún intacto el espíritu humano que se debate en el “ser o no ser”. Este debate interno existe, porque si no existiera entonces el mundo carecería de tantos libros, de tantas anécdotas y de tantos hechos en el que permea la esperanza ante tanta barbarie.
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