martes, 31 de agosto de 2010
Cholo sé que existe: Sobre las artes escénicas
Sería presuntuoso y también precipitado querer hablar de Héctor Herrera “Cholo” como si hubiera sido un amigo íntimo o como si fuese un experto en su prolífico trabajo y extensa trayectoria, creo que otros son los indicados para abordar esos aspectos. Yo quisiera hablar de la memoria, en particular de la mía.
Recuerdo que en el año de 1992 una de las grandes diversiones y un ejemplo del ingenio lo tenía en las obras de “Cholo”, en particular recuerdo “Cholo, videoveo” y “Cuna de perros”. Nunca las vi en un teatro, (de hecho las pocas obras de Héctor Herrera que llegué a ver no fueron en el desaparecido teatro que llevaba su nombre y que se encontraba frente a la hemeroteca) sino que haciendo uso de la piratería las escuchaba en audio, en los casettes (casi extintos) que vendían en los puestos ambulantes del centro.
De eso han pasado 18 años y lo oído no se olvida y tampoco se compara con burdas imitaciones impregnadas ni siquiera por el albur sino por un lenguaje soez (en su totalidad), que es la muerte del ingenio y la pereza de una gran parte de las generaciones actuales.
Cuando estaba en la primaria recuerdo el frío invernal y los comerciales de un licor de caña, donde “Cholo” movía aquellos ojos característicos y decía “yo vendo chamarras”. Ahí conocí, no su imagen ya que la había visto en los periódicos, sino al cómico con su gestualidad y movimiento, lo que me ayudó a imaginar escénicamente aquellos audios que después escucharía.
En el año de 1994 vi por vez primera la película “Vidita negra” protagonizada por Mauricio Garcés, ahí vi a un joven actor que se parecía a “Cholo”, estaba convencido que era él pero no podía confirmarlo (cuando eres muy chaval no das casi nada o das todo por sentado), poco tiempo después se confirmó o reafirmó esta sospecha.
La última vez que vi actuar al desaparecido actor conocido por todo Yucatán fue en su participación en la película “Lake Tahoe” de Lumbecke, y más que verla sólo por la actuación del señor Herrera, acudí a ella por el precedente del premio Ariel que obtuvo “Cholo” por su trabajo en la película y porque el director me parece uno de los más interesantes del cine mexicano, que en muchas ocasiones no se torna complaciente con el espectador sino con el lenguaje del cine.
Además de lo anterior también me interesaba ver la película, ya que en un número dedicado a la dirección de actores de la revista especializada en cine “Toma”, Lumbecke hablaba de cómo había dirigido a Héctor Herrera, y el proceso del que hablaba me parecía sumamente interesante.
Hablo de esto a manera de una elucubración personal porque el aporte y el legado de Héctor Herrera son incuestionables y a cada uno de los creadores del Estado lo ha trascendido de diferentes maneras. Lo que no se puede hacer es simplificar su carrera escénica y reducirlo a particularidades fuera de lo artístico, provocando que las generaciones venideras lo recuerden sólo por cosas como que en una ocasión fue candidato a la gubernatura del Estado por el PRD.
Se debe hacer hincapié en su obra, en su trabajo, que el público joven no sólo sepa que existió sino que existe y más allá de homenajes, lo mejor sería hacer accesible su vida y obra artística y que esté al alcance del público.
A propósito de esto, me viene a la mente un texto de Conrado Roche en el que hablaba de la obra “Los perros” de Elena Garro, llevado a escena recientemente en Yucatán por Francisco Solís; en el que señalaba que el mayor merito de Elena Garro había sido el hecho de haber estado casada con Octavio Paz. Este comentario me pareció irresponsable, ya que lo más contraproducente para la obra de Garro fue precisamente ese matrimonio, tomando en cuenta que a diferencia de la autora de “Los perros”, Paz nunca pudo escribir una obra de teatro, contando ese intento fallido que fue “La hija de Rapaccini”, de ahí el desdén del premio Nobel al género.
Y adjudicar como único merito de la autora algo extraliterario es desdeñar todo su trabajo, desde “Un hogar sólido” hasta “Felipe Ángeles” y negar la transgresión que hizo Garro dentro del teatro mexicano, habría pues que regresar a sus obras y no crear un imaginario por una particularidad que no tiene que ver con su trabajo dramatúrgico.
Estemos entonces ante la responsabilidad de que el trabajo de Héctor Herrera “Cholo” no sea reducido a algo que esté fuera de lo que hizo en el escenario. Larga vida a la obra de “Cholo”, pero sobre todo que en la memoria de los que estén creciendo se impregne su obra y que no sólo sepan que existe sino sobre todo el por qué.
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