sábado, 31 de julio de 2010

Una escuela para la crítica teatral: Sobre las artes escénicas

Acertada y congruente me pareció la nota de Rigel Solís sobre el Festival de Teatro “Wilberto Cantón”. Sobre la obra “El aroma…un asesino en serio” no puedo opinar pues no la vi, ya que ese mismo día pasé por la Ex estación de Ferrocarriles para ver el examen de los alumnos de sexto semestre de la Licenciatura de Teatro de la ESAY. Hablar de lo que no se ha visto ni leído y de lo que se “huele” sería muy malicioso.
En primera me gustaría hacer un paréntesis sobre críticas que he recibido de algunas de las críticas que he estado haciendo en este periódico bajo el subtítulo de “Sobre las artes escénicas”, para llegar al tema de lo que realmente quiero hablar en este texto.
La perspectiva de una crítica no se basa en el gusto personal del autor, ni tampoco de presentar su versión como una verdad absoluta. Sino en la idea de las diversos modelos teatrales que tiene teórica o intuitivamente en la cabeza y sus comentarios sobre la aplicación de una compañía o grupo teatral -de aquellas teorías- sobre la escena.
En lo particular hay muchas obras teatrales que no me gustan pero que están bien realizadas o que cumplen con los aciertos necesarios desde su propuesta escénica, una cosa es el gusto y otra la ejecución, pero dejar atrás la subjetividad es como morir en la monocorde desesperanza (hasta un frijol con puerco tiene su toque de subjetividad). El problema radica cuando alguien no tiene propuesta escénica e intenta abordar un mundo a partir de clichés superrefutados (y no reelaborados) en el ámbito artístico.
Y aquí ojo, el arte es una profesión y no una ocurrencia que se base en que un día despiertes y digas “Soy artista”. Haciendo una referencia que ahora suena a cliché, no me imagino a un individuo que un día despierte y diga: “Soy médico” y vaya a la T1 a operar, pero sí me imagino a otro individuo que se levanta un día y dice “soy director” y va y pide fechas para estrenar en un teatro y se las dan.
Una constante común surge cuando son los propios actores (en su mayoría amateurs) quienes critican la crítica de su trabajo (si ésta no les favorece). En la medida en que ellos no se pueden ver porque están dando el espectáculo no pueden ser objetivos sobre su actuar y cómo se proyecta, al menos no desde la visión de un espectador. Estar del otro lado, el ver, es la esencia de esto e intentar denigrar lo que se escribe acerca de ese ver es irresponsable, al contrario, habría que encontrar los mecanismos para que el criticar se convierta en algo sólido y por lo mismo fructífero para todos aquellos que hacen la escena del Estado.
Hortensia Sánchez aquí en POR ESTO! nos recordó algunas cosas de las que se habló en meses anteriores en las mesas de trabajo que organizó esta gestión cultural y que se dijo iba a cambiar la actitud de los teatreros. Desde la implementación de un espacio para el teatro de pequeño formato (aunque la casa de la cultura funciona como tal, no cuenta con los recursos técnicos para ayudar al creador y a la administración del ICY tampoco le importa) hasta la implementación de una escuela del espectador.
Hablo de la escuela del espectador, que no es un invento sino una dinámica que se aplica hasta donde sé en el D.F, porque si de lo que se trata es de formar públicos, lo primero es acercarlos a la escena y a su lenguaje.
En esa medida se necesita también una autoevaluación, la retroalimentación con argumentos que nos hagan pensar, esto por el bien del arte teatral del Estado, para no caer en la autocomplacencia ni en la necedad de decir “todos me odian y me tienen envidia por eso me critican” o “quién eres tú para hablar así de mi trabajo”, porque creo que la simple respuesta a lo anterior sería: “un espectador que se está formando y merece respeto”.

POR ESTO! 23 de julio.

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