sábado, 31 de julio de 2010
Soliloquio de Perturio
I
Se tiró del vagón de un tren que ni siquiera estaba en movimiento, había dispuesto todo para irse, había realizado su último acuerdo, con el recuerdo, que finalmente lo llevó hasta ahí, a lo que clínicamente llamaban suicidio.
Las enfermeras, una de 45 años y otra de 37, lo miraban sin lástima. Se había tirado del cuarto piso del edificio del hospital, su segunda caída (del día)... sus respiros, las pausas incómodas indicaban que seguía vivo y que no escatimaba en un tercer intento.
María deja en una caja de cartón otro pedazo de sí; la caja (que es un cofre) tiene muchos papeles y demasiados objetos, apenas puede cerrarse, parece el cuarto de un estudiante filantrópico... María se dispone a trabajar con la misma energía que tienen los enfermos: -ya hice un pacto con la vida-... se repetía... y lo había hecho. María sentía lástima, otros dirían piedad.
Las arrugas en el rostro de Perturio se notan demasiado, los ojos se encontraban en un descanso como si detrás no hubiera alerta, esa era parte de su muerte. Cuando María tomó el relevo de las dos enfermeras y miró a Perturio, no sabía en qué o quién estaba pensando.
Ella retrocede, en una lucha con el pasado, por lo que ambos se contraen... “es una lucha que me corrompe y que me da tiempo para no escapar”... -él es Perturio, es el perturbado- se dice María. Ella es una enfermera que se quiere ir con él, administrando primero sus recuerdos.
-... “vuelvo a escribir desde aquí y todavía sigo oyendo los gritos de aquel hombre… de aquel perturbado a quien conocí antes de que habitara esta cama”-.
María desde la cama de Perturio puede ver también a los otros pacientes.
II
Aurora tiene 45 años, resignada a la vida no duda en menospreciar a los suicidas: -Hay que ser fuertes, esos hombres no saben el daño que hacen a los demás con su egoísmo- se dice con aparente convicción.
Decidió ya no visitar más la cama de Perturio. A pesar de que era uno de sus pacientes, la vigilancia hacia su trabajo era nula, mejor le dejaba a Estela (la enfermera de 37 años) esa tarea, porque cada vez que veía al perturbado algo en ella se sobresaltaba y no le importaba lo que sentiría Estela, porque a ella sí que todo hombre le era indiferente.
Después de arrojarse por la ventana Perturio ya no pudo seguir moviendo sus pies, se esforzaba por alcanzar objetos inalcanzables y a pesar de ello seguía sin apreciar el valor de sus piernas.
Perturio miraba al horizonte y veía un vagón, entonces recordaba todo lo pasado o al menos una gran parte, quería aferrarse a la idea de que se puede sentir un recuerdo tan nítido como la propia acción realizada... ese era todo el suplicio: los recuerdos tan nítidos de todo lo que hasta entonces le había acontecido.
III
Perturio no había pensado en sexo... desde muy joven se obsesionó con la idea de que al pensar las cosas éstas no sucederían, por eso nunca pensó en el placer, no pensaba en el futuro, sólo en el pasado.
Perturio no necesita sexo, ya lo tuvo, la enfermera Estela lo necesita, no lo tendrá. Todos los remordimientos de Estela se reflejan en la indiferencia y la falta de pasión, se refleja en la cama que le recuerda a su cama donde cree dormir perpetua, perfecta, imperturbable...
Yo soy María, este hombre perturbado parece que acabará con lo último que me queda de pasión. Bajo la tormentosa lluvia recuerdo cuando lo conocí, cuando pensé que la nostalgia no podría durar para siempre, creo que no puede existir indiferencia ante alguien como él, cuando él se vaya yo me voy a quedar sola, Estela se quedará sola y Aurora podrá regresar a esta habitación. Entonces dejará de reírse de la indiferencia, de la angustia y la soledad, pero sólo se acentuará nuestra tristeza en esta sala.
Perturio repite el poema que leyó hace 17 años y que recuerda a la perfección, nunca podrá ser libre. Perturio llora todas las noches pareciendo que no está en coma. Si él no llora, entonces son las enfermeras quienes lo inventan... pero Perturio regresará a casa, pronto despertará, su pasado lo espera, para no escaparse nunca más.
Se tiró del vagón de un tren que ni siquiera estaba en movimiento, había dispuesto todo para irse, había realizado su último acuerdo, con el recuerdo, que finalmente lo llevó hasta ahí, a lo que clínicamente llamaban suicidio.
Las enfermeras, una de 45 años y otra de 37, lo miraban sin lástima. Se había tirado del cuarto piso del edificio del hospital, su segunda caída (del día)... sus respiros, las pausas incómodas indicaban que seguía vivo y que no escatimaba en un tercer intento.
María deja en una caja de cartón otro pedazo de sí; la caja (que es un cofre) tiene muchos papeles y demasiados objetos, apenas puede cerrarse, parece el cuarto de un estudiante filantrópico... María se dispone a trabajar con la misma energía que tienen los enfermos: -ya hice un pacto con la vida-... se repetía... y lo había hecho. María sentía lástima, otros dirían piedad.
Las arrugas en el rostro de Perturio se notan demasiado, los ojos se encontraban en un descanso como si detrás no hubiera alerta, esa era parte de su muerte. Cuando María tomó el relevo de las dos enfermeras y miró a Perturio, no sabía en qué o quién estaba pensando.
Ella retrocede, en una lucha con el pasado, por lo que ambos se contraen... “es una lucha que me corrompe y que me da tiempo para no escapar”... -él es Perturio, es el perturbado- se dice María. Ella es una enfermera que se quiere ir con él, administrando primero sus recuerdos.
-... “vuelvo a escribir desde aquí y todavía sigo oyendo los gritos de aquel hombre… de aquel perturbado a quien conocí antes de que habitara esta cama”-.
María desde la cama de Perturio puede ver también a los otros pacientes.
II
Aurora tiene 45 años, resignada a la vida no duda en menospreciar a los suicidas: -Hay que ser fuertes, esos hombres no saben el daño que hacen a los demás con su egoísmo- se dice con aparente convicción.
Decidió ya no visitar más la cama de Perturio. A pesar de que era uno de sus pacientes, la vigilancia hacia su trabajo era nula, mejor le dejaba a Estela (la enfermera de 37 años) esa tarea, porque cada vez que veía al perturbado algo en ella se sobresaltaba y no le importaba lo que sentiría Estela, porque a ella sí que todo hombre le era indiferente.
Después de arrojarse por la ventana Perturio ya no pudo seguir moviendo sus pies, se esforzaba por alcanzar objetos inalcanzables y a pesar de ello seguía sin apreciar el valor de sus piernas.
Perturio miraba al horizonte y veía un vagón, entonces recordaba todo lo pasado o al menos una gran parte, quería aferrarse a la idea de que se puede sentir un recuerdo tan nítido como la propia acción realizada... ese era todo el suplicio: los recuerdos tan nítidos de todo lo que hasta entonces le había acontecido.
III
Perturio no había pensado en sexo... desde muy joven se obsesionó con la idea de que al pensar las cosas éstas no sucederían, por eso nunca pensó en el placer, no pensaba en el futuro, sólo en el pasado.
Perturio no necesita sexo, ya lo tuvo, la enfermera Estela lo necesita, no lo tendrá. Todos los remordimientos de Estela se reflejan en la indiferencia y la falta de pasión, se refleja en la cama que le recuerda a su cama donde cree dormir perpetua, perfecta, imperturbable...
Yo soy María, este hombre perturbado parece que acabará con lo último que me queda de pasión. Bajo la tormentosa lluvia recuerdo cuando lo conocí, cuando pensé que la nostalgia no podría durar para siempre, creo que no puede existir indiferencia ante alguien como él, cuando él se vaya yo me voy a quedar sola, Estela se quedará sola y Aurora podrá regresar a esta habitación. Entonces dejará de reírse de la indiferencia, de la angustia y la soledad, pero sólo se acentuará nuestra tristeza en esta sala.
Perturio repite el poema que leyó hace 17 años y que recuerda a la perfección, nunca podrá ser libre. Perturio llora todas las noches pareciendo que no está en coma. Si él no llora, entonces son las enfermeras quienes lo inventan... pero Perturio regresará a casa, pronto despertará, su pasado lo espera, para no escaparse nunca más.
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