“La escritura es mejor que tú... lo que se escribe está muy por encima de la persona” Mario Bellatin Nunca he creído en la grandeza moral de los escritores, ni tampoco en que se tenga que ser sórdido, bohemio o arrogante para llegar a serlo (más bien creo que ese abanico de posibilidades no viene siendo más que una decisión personal). En realidad, para mí, ser escritor tiene que ver con la posibilidad de asumir mecanismos de percepción en el que sea uno capaz de rebatir, debatir y asumir todo, hasta nuestra propia postura al momento de plasmarla en letras. Muchas veces he visto con miedo y otras con resignación, cómo algunas personas se valen de lo que supuestamente se dice del autor o de sus desfalcos personales (como verlo borracho en una comparecencia pública o haber tenido un lío amoroso en donde salió a relucir que más que un macho era un sentimentalista) para desacreditar sus posturas ante el mundo y a veces hasta su propia obra estética. Lo trágico de esto es que entonces condicionamos la obra a partir del acto cotidiano del autor, cuando la escritura lo que realmente pretende es alejarse de la actividad ordinaria. Cierto es que se utilizan los actos cotidianos en las obras literarias, pero se resignifican y cobran vida de otra forma, entonces, ¿por qué insistir en querer ver en la obra al autor y su quehacer diario? Y he aquí el ejemplo de calidad moral: Edgard Allan Poe resultó un borracho, opiómano e incestuoso pedofílico; Rimbaud traficaba con esclavos y armas; Burrougs mató a su mujer jugando al Guillermo Tell y tan pasado estaba que le falló la puntería; aún así, lo narra en su obra. Heiner Muller delató a los que estaban en contra de un régimen, llevándolos directamente a la muerte; el Marqués de Sade vejó a tantas mujeres que gracias a él se acuñó el término sadismo. La lista puede trasvolarse a varios continentes y tendríamos que empezarnos a cuestionar si estos actos “inmorales” o “incorrectos” no tendrían que ver con el proceso creador de la escritura (en realidad todo acto para un escritor tiene que ver con la escritura, pero más el acto de escribir). Creo que no hay que hablar de una vida ejemplar como ciudadano cuando nos refiramos al escritor. Esto ha sido un recurso que la política ha utilizado para crear imágenes de amigos o enemigos (exponer de forma pública las adicciones y yerros de sus contrincantes), cosa que en el mundo literario también se da, porque entonces se dice: “no le hagas caso a ese autor, es un borracho”, o “además ni se viste bien, cómo va a ser escritor”. Un político tiene que dirigir una sociedad, entonces que se exponga al que maneja las riendas de un país, estado o comunidad. Un escritor no gobierna a nadie, más que a sí mismo y a veces ni eso. Escribir es un acto de soledad que no tiene que ver con la cuestión pública. Del escritor que se vea su obra, que se le reconozca por eso. Sin embargo, también da miedo pensar que puede ocurrir todo lo contrario, que alguien sea más conocido o reconocido por sus actos morales y su excelente vestimenta y en realidad nunca nos enteramos (o más bien no nos quisimos enterar) que tenía una obra literaria. Aunque este modelo bien que argumentará, “vestir bien cuesta”, “comportarse en sociedad es todo un reto”, “frenar los impulsos y tener una doble moral no se lo deseo a nadie”, pero bueno, “todo sea por ser escritor”. Toda esta palabrería tiene una idea: la escritura es superior a quien la produce. Muchas veces es mejor quedarnos con ella. Obviamente hablamos de los buenos escritos, porque no todo lo que brilla es oro y no todo lo que está contenido en un libro está inscrito en el poder de la palabra. He conocido a escritores realmente soberbios, arrogantes y como se diría por ahí, aquellos que se creen una gran mierda. Mucho los he cuestionado, pero lo peor de todo es que cuando los leo me desarman, porque a pesar de todo son excelentes. ¿Qué hacer contra eso? Sólo caminar y meterme en la cabeza las palabras: “La escritura es mejor que tú... Lo que se escribe está muy por encima de la persona”. Aunque también me ha sucedido todo lo contrario. En muchas ocasiones he conocido a otras personas arrogantes, soberbias y caprichosas, capaces de presumir a sus mujeres, dinero y conectes en el mundo del arte, pero me pasa que leo sus obras e intentó buscarle tres pies al gato. Después de tanto buscar, pos resulta que esas personas no tienen nada qué decir, sus libros o publicaciones están construidos como las obras públicas de muchos gobiernos azules: se caen a pedazos. Entonces los veo borrosos y me explico que esa idea que tienen algunos en el imaginario sobre el escritor arrogante y ególatra ha sido mal empleada y ha causado estragos. Es entonces cuando camino y ya no sé qué pronunciar. Efectivamente, lo que se escribe está muy por encima de la persona, pero eso vale para los escritores. En los niños (muy pequeños) por ejemplo, no se puede aplicar. ¿Es mejor el niño porque aún no escribe? Pero en fin, esto son sólo elucubraciones de un escribidor. Con el paso del tiempo, los libros y las vivencias se reestructurarán estas peroratas.
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