miércoles, 4 de febrero de 2009

“Crack o de las cosas sin nombre”: Sobre las lecturas y su traducción a la escena



Del 3 al 23 de enero se celebró en Mérida el Festival de la Ciudad 2009. En cuanto al panorama teatral se refiere, el domingo 4, la compañía de teatro “La fragua” presentó en la Escuela Municipal de Danza la primera de las obras locales que la Dirección de Cultura produjo para el festival: “Crack o de las cosas sin nombre”, de Edgard Chías, bajo la dirección de Oscar López.
Fueron dos funciones que llenaron el recinto municipal, donde se dio cita gran parte del gremio teatral del Estado, entre actores, directores, profesores de los diferentes institutos de enseñanza de las artes escénicas en Yucatán y sobre todo estudiantes de actuación.
El autor de la obra es un joven dramaturgo mexicano cuyo trabajo ha dado de qué hablar dentro del gremio, tanto a nivel nacional como internacional.
Chías había presentado en los últimos años obras en las que le apostaba a la narrativa escénica (otros le han mal llamado narraturgia o dramativa) como estilo y recurso para abordar el drama.
Tal y como su nombre lo dice, a través de la narrativa escénica, Chías se había alejado del discurso dialogal y en sus obras la narración era el eje piramidal para la elaboración del texto. Entre estas obras de teatro narrado se encuentran Telefonemas, En las montañas azules y El Cielo en la piel.
Casualmente en el 2005, asistí al estreno de Telefonemas en el Teatro La Capilla, obra que dirigió Marco Vieyra. Al ver la obra, descubrí a un autor que estaba ya en otro nivel, la obra que Chías había publicado en Teatro de la Gruta (Tierra Adentro), y con la cual lo conocí como autor, llamada ¿Último Round?, tenía poco que ver con la propuesta de Telefonemas, en donde la acción, la narración y algunos diálogos eran de una velocidad apabullante: el discurso de la mente traducido a la escena.
Lo anterior viene al caso, porque Chías regresa al modelo dialógico y al teatro ·”convencional” con la obra “Crack o de las cosas sin nombre” (Pieza en espiral).
Crack es un melodrama sobre el caótico mundo de la droga, la corrupción, el desempleo, la piratería, la maquinaria institucional que nos come y nos vomita todos los días, es en sí una obra fresca y vigente que habla sobre el mundo en el que se encuentran inmersos un gran número de mexicanos. Crack es la vida del consumo, la adicción en un tono a veces cómico, a veces en un tono tan directo y real que se duda que haya un constructo ficticio.
La obra de Chías está inscrita en un realismo en el que el piedrómano hace alusión de todas sus facultades adictivas, sin embargo, como señala Martín Acosta (quien llevara a escena esta obra por primera vez en el 2007): Por fortuna Crack no es una obra didáctica. No hay moraleja porque no hay salida. Y no hay salida desde que perdimos el nombre de las cosas.
“Crack o de las cosas sin nombre” se publicó en la Revista Mexicana de Teatro “Paso de Gato”, número 28. El texto no contiene ninguna acotación, incluso el nombre de los personajes se omite, el diálogo está precedido de un guión, por lo que no sabemos en un principio quien está hablando. Sin embargo al leer la obra (a conciencia) nos podemos dar cuenta de las situaciones y de las voces que se encuentran en el texto, las acotaciones están implícitas en los diálogos.
Hay que señalar que esta omisión que tienden a criticar algunos directores -argumentando poca claridad para una buena comprensión de la lectura- no es algo nuevo. El teatro de Shakespeare incluso estaba escrito con estas pautas. Es hasta que su editor ordena en actos, personajes y acotaciones la obra del inglés, que entonces el lector puede ya conocer con exactitud qué es lo que está pasando.
A partir de eso se cree en la necesidad de esa convención, en que el dramaturgo tiene que ser claro en la especificación de su partitura de acción, aunque si el dramaturgo dirige de más en el texto, es criticado, y si no dirige nada, también.
Pero creo que estar ante una obra no acotada (al menos de forma explícita), la exigencia en cuanto a la lectura del texto es mayor. A partir de la lectura particular de un texto es que surge su traducción escénica: el director lee la obra y entonces es que la concibe y se dispone a trabajar con todo su equipo (quien también tiene sus propias lecturas) para congeniar la unidad del producto.
Oscar López fue el encargado de llevar a escena este texto de Chías, el cual es atractivo por vigente. Una de las drogas más destructivas sirve como tema para la acción. Pero hay que señalar que la puesta en escena de López, a pesar de contar con una atmósfera propicia para lo que se hablaba, estuvo llena de altibajos.
Las historias giran en torno a personajes urbanos de clase baja. “El Loco” y la “Lupe” son un matrimonio con un par de hijos. Clásica familia mexicana marginada, cuyo jefe resiente el peso de la injusticia social, es despedido de la compañía en la que trabaja. Al igual que muchísimos trabajadores, vive en una casa que no es suya sino de su suegra. La mujer del “Loco” es respondona, pero a la vez sumisa y resignada, está a la expectativa de los movimientos del marido y “lo aconseja”.
Un día, el “Maestro” les ofrece el negocio para salirse de la pobreza, primero vender piratería, luego usar su casa para el armado de la “piedra” con el disfraz de que son medicamentos.
El “Mosca” es un chavo que le compra droga al “Huero”, un diler que le rebaja al producto para mezclarlo con otras cosas. El “Huero” le ofrece a “El Mosca” que se una al negocio, pero él le huye, es un “niño” aún. “El Mosca” tiene una novia, “La Mona”, también adicta a la piedra, y quien está embarazada, quiere abortar y se pasa recriminando a “El Mosca” su estupidez, su falta de agallas y de dinero.
Entre el “Huero” y “La Mona” existe una relación que se descubre en cierto momento, ya que el hijo de “La Mona” no es de “El Mosca” sino del “Huero”. Cansado de tanta humillación y vejación por parte de su “amigo”, “El Mosca” mata a balazos al “Huero” con la pistola de éste, y comienza una carrera de matón solventada por su adicción al crack.
Ya en el negocio, la Lupe se vuelve adicta a la piedra al igual que uno de sus hijos, lo que termina siendo su perdición cuando mandan al niño a entregar un paquete de la droga. El niño la consume en la calle e invita a “El Mosca”. La policía detiene al niño con todo el material, por lo que los problemas del “Loco” y la “Lupe” ahora sí ya son graves.
El final es el esperado: no hay salida para la familia del “Loco”, que paga las consecuencias de sus errores en un mercado que no acepta adeudos, y de forma circular, El Maestro le encarga a otras familias el mismo negocio. Porque al fin y al cabo, ¿cuántos mexicanos no andan en busca de ese empujón, a pesar de su ilegalidad?
Las actuaciones en primer lugar dieron mucho qué desear, en particular el trabajo de Ulises Vargas, quien caracterizó al personaje “El Mosca”, a quien al principio, tanto su novia como sus amigos, lo agarraban de “puerquito”. Como ya dijimos, la adicción, el enojo, la frustración, el engaño y las constantes vejaciones hacen que “Mosca” se rebele y se convierta en un asesino despiadado. El papel exigía una actuación que nos permitiera ver este cambio en la actitud y mentalidad del personaje, pero no sucedió. Con marcados “clichés”, el joven Ulises Vargas quiso darle vida a “El Mosca” pero sólo logro crear un bosquejo superfluo del personaje.
Lo mismo pasaba con personajes como “El Loco” (Francisco Solís) quien terminaba siendo un payasito. A pesar de la tragicomedia que presenta Chías, creo que el Director se fue más por una lectura nimia de la obra. Solís, a pesar de dotar al personaje de fuerza y carisma, termina siendo el chistosito de la historia, por lo que algunos diálogos cargados de fuerza, vitalidad y crudeza se perdían, ante la esperanza de que soltara otro albur o chistecito a favor del respetable.
“La Mona” (Marisol Quintal) no tuvo control para con sus emociones y en los momentos climáticos recurrió al constante grito y a la histeria, que si bien es lo que se le pedía, ésta no tenía que ser tan desbordada, ya que impedía cualquier tipo de dicción, por lo que en ocasiones sus diálogos resultaban ininteligibles.
La Lupe (Laura Zubieta), El Maestro (Juan de Dios Rath) y el Huero (Izmir Gallardo) fueron los actores que mejor afrontaron a sus personajes. Pero a pesar de una buena interpretación de Izmir Gallardo (que en ocasiones dejaba escapar al personaje y ostentaba una risa más suya que la del “Huero”) o de Juan de Dios Rath, el trabajo dio la sensación de haber estado incompleto e inconexo en las relaciones interpersonales de los mismos.
La escenografía que presenta Oscar López, recuerda en parte la propuesta que hiciera el montaje de Martín Acosta, pero en vez de añadir elementos a la escenografía de ese montaje del 2007, más bien se le resta. Sin embargo, el espacio es capaz de crear esa atmósfera de urbanidad, marginación y sordidez.
A mi parecer, la puesta en escena del texto de Chías fue limitada y de una lectura que careció de profundidad. El director tiene la capacidad de añadir imágenes y acciones al texto y no ser tan preciso con la propuesta del autor, por lo que Crack, con el tratamiento de López, estaba a veces en el umbral de la telenovela o del melodrama barato, ya que faltaban elementos y recursos que la transformaran en una propuesta de igual riesgo que la escrita.
A pesar de que la dramaturgia de Crack está inscrita en un realismo urbano, ninguna obra de arte es una copia fiel de la realidad, a pesar de que así lo parezca, de ahí el hilo del que pende Crack y que López dejó caer.
Por último, me parece importante que Oscar López esté llevando a escena a los autores jóvenes de la dramaturgia mexicana, a pesar de que López (al menos los montajes que se han visto de él en Mérida) siempre le apuesta a textos cuyas propuestas son interesantes e innovadoras, creo que la elección de Crack es un aporte para el repertorio teatral del Estado.
(Crack o de las cosas sin nombre de Edgard Chías; Dirección y diseño de escenografía, Oscar López; Diseño de iluminación, Luis Manuel Aguilar “El Mosco”; Vestuario, Antonieta Hidalgo; Musicalización; Gabriel Moreno y Óscar López; Producción ejecutiva, Erika Ancona y Alejandro Barceló; Producción, Ayuntamiento de Mérida; Producción escénica, Compañía de teatro “La Fragua.
Reparto: El Loco, Francisco Solís; La Lupe, Laura Zubieta; El Maestro, Juan de Dios Rath; El Huero, Izmir Gallardo; El Mosca, Ulises Vargas; El poli/ Cuco, Gabriel Moreno; La Mona, Marisol Quintal).

PIE DE FOTO:Gracias a Óscar por las fotografías, esperando que la lluvia (de críticas) no te abrace os envio un abrazo.

PUBLICADO EN POR ESTO! 5 de febrero de 2009.

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