domingo, 31 de octubre de 2010
Sobreeducación: Apuntes de un escribidor
La educación en nuestro país tiene que ver con la forma muy arraigada en la que se ha querido que el niño se eduque por si solo, al igual que se hace ahora cuando la televisión y los videojuegos son sus niñeras o sus padres sustitutos, claro está debido a las condiciones precarias por la que pasan millones de familias. El tema es por demás muy mexicano: si alguien puede hacer el trabajo por mí, mejor.
Esto obedece a que somos un país en el que muchos evaden sus responsabilidades, prefieren esconderse que hacer su trabajo, prefieren delegar a gente que no está apta, que trabajar, prefieren como se dice “dejar de aprender”.
Esto ocasiona que muchas veces en vez de educar, se procure perder el tiempo en dinámicas superfluas que nada tienen que ver con la enseñanza. No falta el maestro que platica la telenovela o la película que vio ayer, en vez de hacer su trabajo, o el que mira su reloj con insistencia, como si eso produjera que el tiempo avance más rápido, porque a leguas se nota que lo que quiere es terminar ya.
Estamos en un país donde, en muchos casos, a los profesores les urge más jubilarse que conseguir un empleo. Aquí no estoy denigrando el oficio educacional, de ninguna forma, sólo hablo de actitudes que observé a lo largo de mi educación y que me sirven de ejemplo para decir esto.
Tampoco quiere decir que no respete el oficio del educador, ya que también me he relacionado con excelentes profesores de los que he aprendido mucho y de los que aún ahora sigo aprendiendo. Sólo expongo uno de los problemas que mayor daño hacen a nuestro país: la apatía.
Cierto es que el alumno aprende del maestro, pero también es indudable que el maestro aprende del alumno, en la medida que ese círculo de aprendizaje se vaya delimitando, en la medida en que se rompa será cuando venga, irremediablemente, esa apatía de la que hemos hablando y que ciega tanto al profesor como al alumno. Porque muchas veces, lo último que importa es que el estudiante (háblese de cualquier nivel) aprenda algo, ya sea porque no puede ser más que yo o porque tiene que estar al mismo nivel que yo.
Recuerdo que después de un pequeño taller que me tocó impartir a unos alumnos de segundo grado en una secundaria, una profesora de educación artística se acercó a platicar conmigo y me pidió que dirigiera un corto sketch regional con sus alumnos, para que su grupo pudiera participar en el festival por el día de la madre. Le hablé de costos, por el tiempo empleado y el gasto en transportes, un precio mínimo, incluso irrisorio, la maestra se negó, a lo que la invité a un taller gratuito que estaba impartiendo para que tuviera las herramientas escénicas, mínimas, pero herramientas al fin y al cabo, para hacer que sus alumnos montaran el sketch. La respuesta de la maestra hizo que ya no insistiera: “Ay, para qué, si ya me voy a jubilar”.
Esta actitud nos muestra las grandes deficiencias y la falta de ambición intelectual de algunas personas que están a cargo de impartir la educación en nuestro país. Ya lo dijo Gandhi: “Vive como si fueras a morir mañana, aprende como si fueras a vivir para siempre”.
Esto obedece a que somos un país en el que muchos evaden sus responsabilidades, prefieren esconderse que hacer su trabajo, prefieren delegar a gente que no está apta, que trabajar, prefieren como se dice “dejar de aprender”.
Esto ocasiona que muchas veces en vez de educar, se procure perder el tiempo en dinámicas superfluas que nada tienen que ver con la enseñanza. No falta el maestro que platica la telenovela o la película que vio ayer, en vez de hacer su trabajo, o el que mira su reloj con insistencia, como si eso produjera que el tiempo avance más rápido, porque a leguas se nota que lo que quiere es terminar ya.
Estamos en un país donde, en muchos casos, a los profesores les urge más jubilarse que conseguir un empleo. Aquí no estoy denigrando el oficio educacional, de ninguna forma, sólo hablo de actitudes que observé a lo largo de mi educación y que me sirven de ejemplo para decir esto.
Tampoco quiere decir que no respete el oficio del educador, ya que también me he relacionado con excelentes profesores de los que he aprendido mucho y de los que aún ahora sigo aprendiendo. Sólo expongo uno de los problemas que mayor daño hacen a nuestro país: la apatía.
Cierto es que el alumno aprende del maestro, pero también es indudable que el maestro aprende del alumno, en la medida que ese círculo de aprendizaje se vaya delimitando, en la medida en que se rompa será cuando venga, irremediablemente, esa apatía de la que hemos hablando y que ciega tanto al profesor como al alumno. Porque muchas veces, lo último que importa es que el estudiante (háblese de cualquier nivel) aprenda algo, ya sea porque no puede ser más que yo o porque tiene que estar al mismo nivel que yo.
Recuerdo que después de un pequeño taller que me tocó impartir a unos alumnos de segundo grado en una secundaria, una profesora de educación artística se acercó a platicar conmigo y me pidió que dirigiera un corto sketch regional con sus alumnos, para que su grupo pudiera participar en el festival por el día de la madre. Le hablé de costos, por el tiempo empleado y el gasto en transportes, un precio mínimo, incluso irrisorio, la maestra se negó, a lo que la invité a un taller gratuito que estaba impartiendo para que tuviera las herramientas escénicas, mínimas, pero herramientas al fin y al cabo, para hacer que sus alumnos montaran el sketch. La respuesta de la maestra hizo que ya no insistiera: “Ay, para qué, si ya me voy a jubilar”.
Esta actitud nos muestra las grandes deficiencias y la falta de ambición intelectual de algunas personas que están a cargo de impartir la educación en nuestro país. Ya lo dijo Gandhi: “Vive como si fueras a morir mañana, aprende como si fueras a vivir para siempre”.
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