domingo, 1 de enero de 2012
El comentario y la crítica: Apuntes de un escribidor
“Los animales son buenos amigos, no hacen preguntas
y tampoco critican”.
George Elliot
¿Hay un problema con la crítica literaria y teatral en nuestro país? Sí. En particular en nuestro Estado. Decir lo contrario sería tanto como decir que no existe un problema con la política en México. El problema de la crítica se ha planteado en diferentes foros, revistas, ensayos y etcéteras. La cuestión radica en que en el medio cultural preponderan el comentario, la reseña, y se hace a un lado el criterio estético porque este es inútil si lo que se pretende es escalar la cima de la autocomplacencia y no la solidez de un trabajo, de ahí su rechazo y su descalificación. Mejor crearse una imagen que un trabajo: buen siglo XXI a los que acaban de llegar.
A veces (casi siempre) la palabra “crítica” es usada como sinónimo para atacar a quien no valida “mi trabajo” o, en el mejor de los casos, para validar el trabajo de quien no lo vale (desde un punto de vista estético), pero está bien posicionado, para que el “mío valga” (favor con favor se paga, furia con comentario sórdido se apacigua), así sin medias tintas. Aunque es injusto decir que el artista tiene al “crítico” que merece, al igual que sería injusto señalar que el pueblo tiene el gobierno que…etc. Saben a qué me refiero.
Walter Benjamín fue un crítico literario (algunos discreparán) que se preocupó por diferenciar la crítica del comentario, por lo que argumentó, tal vez sin conciencia plena de lo que esto significaba, que la crítica se interesa por el “contenido de verdad” de una obra de arte, mientras que el comentario sólo apuesta por el “contenido real”. Esto nos lleva a lo que hemos señalado en otros apuntes pero que sería preciso recordar: un artista crea vida donde no la hay. Es decir que los personajes de las obras literarias no son reales pero sí verdaderos, ese grado de verosimilitud es lo que lleva al artista a trascender entre otros a lo largo del tiempo. Y al comentarista-reseñista no le interesa la verdad de la obra sino su carácter real, es decir la persona que lo genera y la realidad tangible de lo que se habla. Independientemente que se retraten a seres o situaciones reales (pensemos en la fórmula realista) estos no están desprovistos de ficción, hasta el comentario que nos encarga reproducirle la señora de la esquina a nuestra mejor amiga no deja de estar provisto de invención, de intervención, de ficción, de creación, a veces artística y en muchas ocasiones, en la mayoría de los casos de lo cotidiano no, se vuelve puro chisme. Pero hay historias que hablan de realidades concretas y se convierten en diacrónicas con la simple visión del artista.
De ahí podemos partir para señalar que muchas veces el “contenido de verdad” deja de ser importante para muchos que se asumen críticos, ya que los intereses están centrados en la descalificación. Muchas veces, la descalificación proviene de una envidia al buen trabajo que realiza la juventud o, por el contrario, de un particular resentimiento contra la precisión artística que ha alcanzado la madurez. Otro problema se encuentra en que el primero que tiene que aceptar la crítica (para donde vaya) es el artista, cosa que no sucede, ya que se sienten ofendidos si se considera su trabajo con un nulo valor estético o se sienten elogiados si es todo lo contrario. Entonces parecería que lo importante es intentar quedar bien con Dios (el artista) y el diablo (el que hace la crítica). Todos se cuelgan de la mala intención del otro y no de los argumentos en el que se cifra su discurso.
De ahí que no sea difícil saber cuándo el “critico” intenta hacer una apreciación (no evaluación) siempre subjetiva, pero con una multiplicidad de perspectivas (o unas cuántas) y cuando sólo está disgustado con particulares búsquedas artísticas o enemistado con el ejecutante. El propio Grotowski, que odiaba (literalmente) a Tadeuz Kantor, al ver “La clase muerta” no tuvo más remedio que decir: “Lamentablemente, Kantor ha creado una obra de arte”, hay muchos comentaristas que no son siquiera capaces de ese gesto, pero también hay muchos artistas que no son capaces de asumir una crítica, ya que responder a los demás es muy fácil, pero es muy difícil mirarse bien a sí mismo.
y tampoco critican”.
George Elliot
¿Hay un problema con la crítica literaria y teatral en nuestro país? Sí. En particular en nuestro Estado. Decir lo contrario sería tanto como decir que no existe un problema con la política en México. El problema de la crítica se ha planteado en diferentes foros, revistas, ensayos y etcéteras. La cuestión radica en que en el medio cultural preponderan el comentario, la reseña, y se hace a un lado el criterio estético porque este es inútil si lo que se pretende es escalar la cima de la autocomplacencia y no la solidez de un trabajo, de ahí su rechazo y su descalificación. Mejor crearse una imagen que un trabajo: buen siglo XXI a los que acaban de llegar.
A veces (casi siempre) la palabra “crítica” es usada como sinónimo para atacar a quien no valida “mi trabajo” o, en el mejor de los casos, para validar el trabajo de quien no lo vale (desde un punto de vista estético), pero está bien posicionado, para que el “mío valga” (favor con favor se paga, furia con comentario sórdido se apacigua), así sin medias tintas. Aunque es injusto decir que el artista tiene al “crítico” que merece, al igual que sería injusto señalar que el pueblo tiene el gobierno que…etc. Saben a qué me refiero.
Walter Benjamín fue un crítico literario (algunos discreparán) que se preocupó por diferenciar la crítica del comentario, por lo que argumentó, tal vez sin conciencia plena de lo que esto significaba, que la crítica se interesa por el “contenido de verdad” de una obra de arte, mientras que el comentario sólo apuesta por el “contenido real”. Esto nos lleva a lo que hemos señalado en otros apuntes pero que sería preciso recordar: un artista crea vida donde no la hay. Es decir que los personajes de las obras literarias no son reales pero sí verdaderos, ese grado de verosimilitud es lo que lleva al artista a trascender entre otros a lo largo del tiempo. Y al comentarista-reseñista no le interesa la verdad de la obra sino su carácter real, es decir la persona que lo genera y la realidad tangible de lo que se habla. Independientemente que se retraten a seres o situaciones reales (pensemos en la fórmula realista) estos no están desprovistos de ficción, hasta el comentario que nos encarga reproducirle la señora de la esquina a nuestra mejor amiga no deja de estar provisto de invención, de intervención, de ficción, de creación, a veces artística y en muchas ocasiones, en la mayoría de los casos de lo cotidiano no, se vuelve puro chisme. Pero hay historias que hablan de realidades concretas y se convierten en diacrónicas con la simple visión del artista.
De ahí podemos partir para señalar que muchas veces el “contenido de verdad” deja de ser importante para muchos que se asumen críticos, ya que los intereses están centrados en la descalificación. Muchas veces, la descalificación proviene de una envidia al buen trabajo que realiza la juventud o, por el contrario, de un particular resentimiento contra la precisión artística que ha alcanzado la madurez. Otro problema se encuentra en que el primero que tiene que aceptar la crítica (para donde vaya) es el artista, cosa que no sucede, ya que se sienten ofendidos si se considera su trabajo con un nulo valor estético o se sienten elogiados si es todo lo contrario. Entonces parecería que lo importante es intentar quedar bien con Dios (el artista) y el diablo (el que hace la crítica). Todos se cuelgan de la mala intención del otro y no de los argumentos en el que se cifra su discurso.
De ahí que no sea difícil saber cuándo el “critico” intenta hacer una apreciación (no evaluación) siempre subjetiva, pero con una multiplicidad de perspectivas (o unas cuántas) y cuando sólo está disgustado con particulares búsquedas artísticas o enemistado con el ejecutante. El propio Grotowski, que odiaba (literalmente) a Tadeuz Kantor, al ver “La clase muerta” no tuvo más remedio que decir: “Lamentablemente, Kantor ha creado una obra de arte”, hay muchos comentaristas que no son siquiera capaces de ese gesto, pero también hay muchos artistas que no son capaces de asumir una crítica, ya que responder a los demás es muy fácil, pero es muy difícil mirarse bien a sí mismo.
Vivir y beber: Apuntes de un escribidor
“Mucha gente dice que bebe porque tiene problemas, pero eso no es cierto. Toda la gente tiene problemas y no toda la gente bebe. La verdad es que el único problema del alcohólico es dejar de beber, porque si no deja de beber no puede resolver los muchos problemas que tiene”.- Hugo Hiriart
En 1994, la editorial Cal y Arena publicó el libro “Vivir y beber” de Hugo Hiriart, el cual tiene como tema central el alcoholismo. Hay que señalar que recomiendo este libro no con el afán de querer curar a nadie de las garras del alcohol, ni tampoco como predica a favor de la doble moral que prepondera en nuestra sociedad, sino lo hago porque me parece un texto interesante desde el punto de vista didáctico (en el sentido menos peyorativo de la palabra), en el que se plantea una realidad, que en muchas ocasiones pasamos por alto. El propio Hiriat señala en el prólogo que su libro no pretende ser ni profundo, ni elegante, ni siquiera interesante, sino útil y práctico.
No podemos negar que el uso y abuso del alcohol es una realidad en la juventud y, en muchos casos, en la niñez y que su uso en crímenes y accidentes es elevado, podemos cerrarnos a esa realidad, o también podemos culpar al entorno familiar (solución muy simplista), pero sin duda es una problemática social que se tiene que resolver de manera personal, es decir, cada cual tiene que tomar su propia decisión. El alcohol es utilizado, en muchos casos, como medio para evadir la realidad o como fórmula para evitar el dolor y el sufrimiento, también como desinhibidor y detonante para la búsqueda del placer, parece que no pero es muy fácil volverse alcohólico y vivir en la negación constante.
El libro de Hiriart puede parecer un bestseller con el único propósito de coartar el discurso del alcohólico, pero lo interesante es que nos encontramos en un diálogo en el cual el propio autor se asume como tal y acepta que sólo un alcohólico puede entender a otro alcohólico. Leer este libro es participar en un diálogo, el cual está dividido en tres partes: ¿qué pasa?, ¿qué podemos hacer? y ¿por qué?
En estos apartados se habla detalladamente de las particularidades del alcohólico y cómo y dónde buscar ayuda y, como ya dijimos, la autoridad que tiene el autor sobre la materia es la de su experiencia personal como enfermo. Hay que señalar que el libro desmitifica la idea de que un alcohólico es la persona vagabunda que está tirada en la calle o una persona totalmente disfuncional, ya que nos asegura que esta enfermedad es tan común, que afecta a gente de todos los estratos sociales que no pueden aceptar que padecen esta enfermedad.
El libro nos lleva de la mano para plantearnos una de las preguntas más difíciles para una persona que bebe, para un enfermo la crisis de querer controlar la enfermedad radica en la pregunta ¿entonces ya no voy a volver a beber nunca más? A lo que Hugo Hiriat señala: “Cuando se lleva muchos años bebiendo no es fácil pensar en una vida sin alcohol, y esta pregunta enseña muy bien cómo vive el alcohólico. El alcohólico hace planes, quiere ver el futuro, ¿nunca? Si no sabemos qué va a pasar mañana, menos podemos saber lo que va a pasar en dos o tres o diez años. ¿Qué caso tiene, entonces, sufrir por lo que no sabemos? Por eso a la pregunta de ¿ya no voy a beber nunca? Hay que contestar: no sé. No sé si voy a beber mañana, pregúntenmelo mañana. Pero hoy no voy a beber. Hay que vivir en el presente que es lo único cierto que tenemos”.
“Vivir y beber” es una recomendación, repito, sin el afán de querer “iluminar” a nadie, sino simplemente creo que a muchos les caería bien darle una hojeada y como todo en la vida, muchos también podrían mofarse de él y como dicen “hacerse de la vista gorda” a través de la descalificación.
Hugo Hiriart es autor de más de un título heterodoxo de la literatura mexicana. Nació en 1942, en la Ciudad de México, donde estudió filosofía y ha escrito la mayor parte de su obra. Ha escrito las novelas “Galaor” y “Cuadernos de Gofa”, además del libro de ensayos “Disertación sobre las telarañas y otros escritos”, también una monografía sobre José Guadalupe Posada y varias obras de teatro. Sería difícil enumerar, en estas breves líneas, tantos títulos.
¿La ética del escritor?: Apuntes de un escribidor
“Y yo me dominaba a mí mismo, quebrándole la garganta a mi propio canto”. Vladimir Mayakovski
Muchos de nosotros hemos hablado del compromiso que tenemos con la escritura y las causas sociales, algunos han sucumbido por ser fieles a su ideología, en nuestro país día a día sucede con los activistas sociales, muchos de ellos diríamos que son soldados desconocidos, a los cuales sólo se les recuerda en una nota periodística. En las dictaduras más férreas, como en el caso de la Rusia de Stalin, Mayakovski se suicidó al ser perseguido por el sistema por la forma de hacer crítica a través del arte o más bien hacer un arte que no le gustaba al Estado. Federico García Lorca se quedó en España cuando bastaba ver sus obras para saber que para la dictadura franquista ya era hombre muerto y que todo era cuestión de tiempo; en Irán, Jafar Panahi, director de cine de los más influyentes de la llamada nueva ola iraní, fue sentenciado el año pasado a 6 años de cárcel y 20 de inhabilitación para hacer cine, viajar al extranjero o conceder entrevistas, este año fue ratificada la sentencia, la cual se derivó por "actuar contra la seguridad nacional y hacer propaganda contra el régimen".
Muchos artistas mueren ante el acoso (o los matan al limitar su obra artística), algunos toman la decisión (para nada cobarde) de terminar con su vida antes que seguir una vida artística de simulación, otros se resignan y abandonan la escritura, muchos se adhieren al discurso que el sistema le pide para sobrevivir, mientras que una gran mayoría está en el momento ideal para mostrar todo su oportunismo en un afán de sobresalir, sin importar la función social en el arte, y otros quieren quedar bien con Dios y el diablo. Tiempos de crisis, tiempos de barbarie en los que ninguna conciencia queda ilesa.
Pero, ¿podemos decir que la ética del escritor radica en cumplir cabalmente los preceptos de dignidad y honestidad intelectual que les dicta el compromiso con la sociedad de su tiempo? Existe una crítica a quien no lo hace, a quien se blinda de la forma más perversa y servil con tal de no ser destruido por un sistema. Pero esa crítica siempre será de dientes para afuera, al menos que nos encontremos en una situación en la que se han encontrado muchos creadores a lo largo de la historia, casi siempre frente a un arma. Hablar de ética sin haber pasado por una tortura física, por parte de un régimen, es fácil. Ahora mismo es lo que estoy haciendo.
Con este apunte no trato de justificar la cobardía de muchos escribidores ni tampoco apologizar el heroísmo circunstancial o verdadero de muchos grandes hacedores, simplemente intento decir que hay que llegar al grado de la comprensión, porque este fenómeno que ha sido parte de toda la historia de la humanidad, no puede simplificarse con el simple decir “carece de ética”; el problema va más allá.
La única forma de crear es tratando de entender cómo funciona el alma humana, su inteligencia y sus carencias. Cuando vemos a un asesino en las noticias (un hombre-bomba, por ejemplo) la primera explicación es decir “está loco”, porque si a lo mejor ahondamos en su circunstante y en el grado de complejidad que lo llevó a cometer tales actos, podríamos salir afectados emocionalmente y ese riesgo no lo corre cualquiera.
Lo mismo pasa con la creación y los que la generan, sociológicamente podríamos explicar las traiciones a los ideales en los que se han inmerso muchos artistas y hallar una salida (académicamente correcta, pero humanamente incompleta) para zanjar la cuestión. Otras veces no habría siquiera que comentar por qué Borges recibió un premio en manos del dictador Pinochet mientras Cortázar dedicó gran parte de su vida al compromiso de hacer todo lo posible para poner un granito de arena para ayudar a los encarcelados y a hacer justicia a los muertos de las dictaduras latinoamericanas. La escritura de ambos argentinos va más allá de estos hechos extraliterarios y sólo generan mayor admiración en alguno por algo que no tiene que ver con su trabajo creador.
Como seres pensantes, deberíamos tener la capacidad de entender la mente humana a través de sus actos, entenderlos más no justificarlos. Pero también deberíamos replantear nuestra ética, hasta ahora de dientes para afuera.
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