Grisel Riverón, Patricia Garfias
y en particular a Juan Sánchez
LIMINAL:
A pesar de la insistencia en recurrir a la obra Cortazariana, no solo en los momentos desolados y lúcidos, sino también en los recónditos pasajes de la intemperie -la ciudad-, señalo que esta insistencia que se inició como enajenación lectora, ahora se cobija bajo el apremiante de que se inmiscuya en otra obra. Cuando digo que se inmiscuya en otra obra, me refiero a la idea, de que obedezca a los límites del palimpsesto, el dialogismo, el hipertexto, la paráfrasis, la adaptación, la traducción y diferentes mecanismos de reescritura -¿que acto no se compone de estos mecanismos?-
Este ejercicio escénico, no pretende más que realizar un pequeño homenaje a un escritor determinante en la historia de la humanidad, creo que este decir apologético bosqueja ya, el tono de lo que este texto al momento de su representación pretende.
No se entienda pues como plagio, lucro, insatisfacción o cualquier tendencia a forma de boicot la realización de este espectáculo-si se realiza(recuerden los presupuestos, y los supuestos)-, ya que si se duda de los propias pretensiones sistemáticas que se puedan gestar durante el proceso de este ejercicio, se invalidaría la aplicación de lo que teóricamente pretendemos.
¿Qué pretendemos?
Que pretendemos.
Los actores involucrados como tal no existen, son ellos los objetos, que hacen sujetos a las cosas que manipulan y las que lo rodean. Sus palabras son exactas, lejanas, son una voz de esa otra orilla: las voces del lado de allá que a veces parecen ser del lado de acá.
Si al final usted prefiere –al volver a representarla- incluir otra caricia de la obra Cortazariana -ya que es imposible contenerla toda-no discuta con el pudor: hágalo, olvídese del estrés y dígale al mudo, mundo, lo que esté determinado a decirle.
Así pues, fuera de toda pretensión y bajo el lujo de estar bajo una luna, se figuran estas páginas.
MOMENTO 1
OBVIAS INSTRUCCIONES QUE OBVIAN LA NATURALEZA DEL MUNDO QUE SE DESCRIBE.
Nunca desprecie la capacidad lectora del mundo, nunca diga que es pobre dar siempre el primer paso. Porque para dar un paso es necesario determinar que ya no te puede hacer daño el abismo. Por cuestiones de esa naturaleza, antes de que el público ingrese a la sala, se instalará una mesa fuera del recinto que impida el libre acceso al espacio de escenificación. La mujer –encargada de la mesa, incluso de su valor-entrega el boleto correspondiente a los espectadores: Una hoja tamaño carta donde estará escrito Instrucciones para subir una escalera de Julio Cortazar.
Se invita al público-que siempre preservará, siempre-que espere hasta que el silencio nuble y tenue el lugar de trabajo de los actores. Se prefiere que el lugar donde la representación suceda, tenga en sus alrededores esa parsimonia que provoca una fugaz sensación –y que algunos le llamamos parque- de atisbo, de estar en la otra orilla.
Cuando se determine que iniciará la función, se le invitará al público a tomar sus respectivos asientos, estamos ante un escenario circular.
MOMENTO 2
NO ES CONCIBAMOS LAS COSAS…ES… ES OTRO ALGO.
Cuando el público haya ingresado a la sala, habrá que cerrar la puerta, ser prejuiciosos por cuestiones técnicas. Escucharemos una música sacra que nos introducirá al cuento La boca noche arriba de Julio Cortazar, una adaptación radiofónica del cuento, que nos sirva de atmósfera, sonido y especulación. La versión que se utilizará, estará condicionada a la detención de su conocimiento, en un periodo de 4 partes, es decir, la grabación completa estará dividida, se detendrá por arbitrio del director para relaciones con los objetos-sujetos de la acción.
Más que una variación significa-que sí existe-, la idea de los cuatro tiempos, obedece a los tiempos condicionados por la estructura, con la cual se plantea este ejercicio escénico. Al momento de detenerse la grabación, los personajes serán el foco de atención de El público, el otro.
La primera parte de la grabación, durará 17 minutos-los mismos que se espera dentro de un teatro, en la espera, en la que se puede volver a leer el boleto de entrada-.
Cada cierto tiempo-antes de estos primeros 17 minutos-, con toda la calma posible, comandados por ningún cerrojo y, atraídos por la vida misma, Él y Ella recorren con sus sillas el escenario, siempre opuestos a manera de espejo. De vez en cuando gustan en sentarse y mirar las sombras-las sombras no son ustedes-, siempre están ausentes, ¿saben para sí que es la última noche? A Ella le importa, a Él…Él ni se ha enterado, aunque no le importaría que sea la última.
Como ya habíamos anunciado, la grabación se detendrá en los 17 minutos, momento en el que Ella ha colocado su silla-igual que Él- en el centro del escenario. Ella se congela en una posición en la cual, parece una bailarina-y la protege un vestido de noche-. Él se encuentra sentado en el centro del escenario con su silla-y en su silla-, leyendo un libro, escribiendo sobre un libro, argumentando sobre ese libro, describiendo la alusión del libro, Él se encuentra dibujado para esos fragmentos, Él es esos fragmentos.
Para no seguir pecando de arbitrarios, señalo lo siguiente:
La grabación se detendrá al minuto 17; en este momento-usted que conoce La noche boca arriba, usted que lo ha leído, no peque de falta de entendimiento-:
De todas maneras al salir del pozo negro había sentido casi un alivio mientras los hombres lo alzaban del suelo. Con el dolor del brazo roto, la sangre de la ceja partida, la contusión en la rodilla; con todo eso, un alivio al volver al día y sentirse sostenido y auxiliado. Y era raro. Le preguntaría alguna vez al médico de la oficina. Ahora volvía a ganarlo el sueño, a tirarlo despacio hacia abajo. La almohada era tan blanda, y en su garganta afiebrada la frescura del agua mineral. Quizá pudiera descansar de veras, sin las malditas pesadillas. La luz violeta de la lámpara en lo alto se iba apagando poco a poco.
Al terminarse aquí la grabación, y ya aclarado en que parte de los mundos estamos, aclarado que el público se ha detenido en la diégesis del cuento radiofónico de Cortazar, y que ahora, por obligatoriedad tiene que ver a los dos sujetos-objetos habíamos dicho-que se encuentran en el escenario, continuamos.
El silencio que aparentemente contiene el detener la grabación se conmociona en Él quien continúa leyendo. Él-después de haber escrito/leído/encontrado- se levanta de su silla, ya sin la grabación, enfrenta al público y lee:
…fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente restallaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer.
Él, después de pensar lo que está leyendo. Después de percatarse que está junto con otros, al lado de otros y de una estatua, la cual alguna vez vio en Paris, se encuentra en la sala:
ÉL: Esto ya lo escribí mañana.
Se dirige hacia la radio que se encuentra al fondo de la estancia, la enciende. Y se dirige de nuevo a su asiento a leer, a continuar. Al iniciarse la música- recordamos al maestro Piazzola y porque no, también a Stravinsky-, Ella abandona su posición y comienza a bailar, a dibujarlo, a Él, a llamarlo, a Él, aunque sabe que Él no escucha. Él se dirige al cubo de agua que se encuentra junto a la radio. Ve dentro de él, sabe que ahí, ante la claridad del agua que todo oye, están anclados un millar de recuerdos, de ciudades perdidas. Ella continua con el baile, pretende atraerlo, pero es demasiado tarde, el amante líquido ya esta con Él, lo confunde, lo toca, lo quiere. Ella se detiene. Él, quien continúa acariciando el agua.
ÉL: ¿Ya terminaste de vomitar conejitos?
Ella como respuesta continúa con su movimiento, sin aire cohibido, espera ser mirada. Al no conseguir atención, vuelve a su posición congelada en el centro de la escena.
La grabación vuelve a hacerse presente. Él, olvida la cubeta de agua, se dirige hacia las sillas, piensa en sentarse, pero prefiere el suelo: estar boca arriba planeando esa última noche. Se esculca debajo del pantalón y encuentra una flor amarilla, circular, al grado de tener la fuerza para golpear visualmente la mente de nosotros, nosotros espectadores.
Ella mientras tanto, toma una silla, lo rodea, coloca la silla frente a Él y se sienta. Ahora solo lo mira, con la profundidad de un pozo y la complejidad de un laberinto. Él sabe que tendrá que deshojarla-a ambas-. Ahora lo hace.
(Estas acciones tienen que estar en un segundo plano. El foco de atención de lo que sucede es la adaptación radiofónica del cuento)
Al concluir el deshoje, la grabación vuelve a detenerse. Siguiendo nuestra puntillosa versión, señalamos este momento para hacer el corte a la grabación:
El pasadizo no acababa nunca, pero ya iba a acabar, de repente olería el aire libre lleno de estrellas, pero todavía no, andaban llevándolo sin fin en la penumbra roja, tironeándolo brutalmente, y él no quería, pero cómo impedirlo si le habían arrancado el amuleto que era su verdadero corazón, el centro de la vida.
El silencio que ahora baña el recinto teatral-después de la grabación, si me quieres ver insistente-, los devuelve al reconocimiento, ahora se saben siempre solos, ahora se saben siempre aparte. Ambos se incorporan, miran el horizonte, delante hay una inmensa aglomeración de autos: ninguno en movimiento- el propio público es un conductor desolado, de diversos modelos, no argumentemos en ¿Cuáles?-
El silencio torna a los objetos-sujetos en contención y extrañeza. Ella se sorprende ante al hallazgo, la montaña de autos que tiene frente a sí, la hace retroceder, descansa en un asiento, Él, sin haberlo hecho conciente siquiera también se haya sentado. Él no está para nada sorprendido, al contrario, observa una libreta y un bolígrafo que se encuentran lejanos. Ellos están tan cerca que se repelen.
ELLA: ¿Qué pasa, por qué no avanzamos?
ÉL: Es el tráfico.
ELLA: ¿El tráfico?
ÉL: Ya todos nos conocemos.
ELLA: ¿Todos?
ÉL: Llevamos aquí meses
ELLA: Y yo, ¿Por qué no me había dado cuenta?
ÉL: Estabas bailando.
La grabación vuelve a cobrar vida. Al menos Ella, sabe que ya no queda mucho tiempo-habría que desertar sobre él (el tiempo) durante el proceso de trabajo-. Los dos objetos-sujetos, limpian el escenario de todo registro de presencia: los pétalos se van tal cual la fugacidad de un lamento, una súplica, la cubeta se va a lavar otras inquietudes, el libro regresa a su centro de atención: El afore. Todos se van, ya nadie queda en la escena y, la grabación se sigue dando, los espectadores ya toman partido: en esa cosa que es el caos, conciente, la doble realidad y para saber cuál es la verdadera…
La grabación terminó exactamente aquí, antes de que se revele la magnitud de las dos realidades que Cortazar plantea:
Con una última esperanza apretó los párpados, gimiendo por despertar. Durante un segundo creyó que lo lograría, porque estaba otra vez inmóvil en la cama, a salvo del balanceo cabeza abajo. Pero olía a muerte y cuando abrió los ojos vio la figura ensangrentada del sacrificador que venía hacia él con el cuchillo de piedra en la mano.
Ella ha estado escuchando, sabe que es el momento de la despedida, el lugar en el que ningún otro encontró rencor. Lo mira, Él no ha podido siquiera sacar de escena su silla, y se sienta, ve frente al ciclorama-o el lugar donde se debería de ubicarse éste- una proyección del rostro de Cortazar, no puede dejar de mirar… Ella ha recorrido todas las paredes de la sala… después de detenerse en esa acción, lo ve, con nostalgia.
ELLA: Es 1984…ya me voy
Él no reacciona, no sabe de estas palabras, Ella mira una rayuela, no lo puede evitar, brinca sobre ella, solo llega al numero tres y se encuentra fuera de escena, aforada. La grabación vuelve a presentarse, para decir lo último que Cortazar escribió en la noche boca arriba:
Alcanzó a cerrar otra vez los párpados, aunque ahora sabía que no iba a despertarse, que estaba despierto, que el sueño maravilloso había sido el otro, absurdo como todos los sueños; un sueño en el que había andado por extrañas avenidas de una ciudad asombrosa, con luces verdes y rojas que ardían sin llama ni humo, con un enorme insecto de metal que zumbaba bajo sus piernas. En la mentira infinita de ese sueño también lo habían alzado del suelo, también alguien se le había acercado con un cuchillo en la mano, a él tendido boca arriba, a él boca arriba con los ojos cerrados entre las hogueras.
Mientras esto pasa, Él va saliendo, la música final de la grabación va dando pie al oscuro…a la otra presencia.
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